Probablemente era un día soleado de Los Angeles. Brian Wilson cruzaba en coche una de esas enormes avenidas flanqueadas por palmeras. Sí, una de esas que se utilizan en las películas para retratar la típica imagen del recién aterrizado en L.A. (léase el-ei). En la radio sonaba el recién publicado Sgt. Pepper’s de los Beatles. Durante semanas, tal vez meses, la mitad de la FM comercial no iba a pinchar otra cosa en América. Al final de A day in the life, Wilson detuvo su carro y se apresuró a una cabina de teléfono. Sus palabras fueron “ellos ya lo han hecho” y el álbum Smile se guardó para siempre en un cajón.
Como todas las leyendas de la historia del rock, no interesa si el relato de arriba, atribuido al propio Brian Wilson, es cierto o no. Porque las leyendas del rock siempre molan, aunque sean tan injustas con sus protagonistas como ésta. Lo cierto es que si en aquellos días de 1967 había una banda que pudiera plantar cara a los de Liverpool, esos eran The Beach Boys. Componían sus propios temas desde siempre, tenían once álbumes en su haber, algunos de los mejores singles de la década, y una sensibilidad pop única y arrebatadora. Además, podían presumir de Pet Sounds, álbum predilecto del ególatra de McCartney, del que confesó haber “robado” unas cuantas ideas para la producción del Pepper. No hay más que fijarse en canciones como Paperback Writer, single de 1965, para darse cuenta que a Macca ya se le erizaba la tranca escuchando los cantos blancos de aquellos muchachos surferos de California.
Más allá de los piques históricos que tiñen de rosa la prensa musical (como el sangrante Beatles vs. Stones), es indudable que la competición hace evolucionar el arte y acaba poniendo a cada cual en su sitio. Wilson escuchó Rubber Soul y planeó su Pet Sounds; los Beatles respondieron con el Pepper; los Stones la cagaron con el Their satanic majesties request; y el Smile se fue a tomar por el culo por la fragilidad mental de Brian, la calidad de las drogas que se vendían en California a finales de los 60 y, sobre todo, por las sucias artimañas del capullo de Mike Love. Lo del Pepper sólo fue una excusa.
Cuando el proyecto Smile se archivó, perdimos un álbum y ganamos una leyenda: la del disco con miles de fundas impresas que nunca vio la luz del día por el arrebato de un artista lunático dolido en su orgullo. Wilson se desquitó con la publicación del LP en 2004, grabado desde el principio partiendo de los planos originales. Y ahora que Capitol anuncia la publicación del original en algún momento de este año, deberíamos reescribir la historia a favor del músico que perdió el norte y ajusticiar al memo de su primo.
Mike Love fue la primera estrella del pop en dar chance al Maharishi, dudó de la calidad musical del Pet Sounds (el título surgió precisamente de una de sus machadas), alejó a Van Dyke Parks de la estela del grupo, contribuyó a la perdida de papeles de Brian, convirtió a la marca Beach Boys en un sinónimo de banda de romería y camisas horteras de flores, compuso la infumable Kokomo, apareció en un capítulo de los Vigilantes de la Playa y ha tratado por todos los medios de reescribir la historia de los chicos de la playa a golpe de denuncia. Love es más odiable que Yoko y Nancy Spungen juntas. Por mucho que me guste la historia del coche, él fue quien se cargó los sueños de Brian. Y eso es algo que nunca deberíamos perdonarle.
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