No deberían a empezar a leer este post sino lo van a acabar. De hecho, no deberían de leerlo de ninguna de las formas. El autor, como ya es costumbre, interpreta un tema de actualidad con cuatro argumentos subnormales literalmente sacados de la manga, que encima ocupan más de dos páginas de Word.
En fin, se lo hemos avisado.
Venga va, me voy a sacar un chiste fácil de la puta manga. Enciendes la tele y aparece un tertuliano de esos del corazón (el que sea), enseña a cámara la última edición de algún manual de deontología periodística y, sonrisa maliciosa en ristre, lo arroja al suelo con saña. Luego confiesa que se acaba de levantar y que anoche estuvo bebiendo cubatas y metiéndose farla hasta las tantas, y que todavía no ha echado el primer pis del día. Acto seguido, se baja la cremallera, saca su picha todavía arrugada por los efectos de la química y echa un pernicioso y maloliente orín amarillo sobre las páginas amarillentas del manual de los cojones.
¿Cómo se llama el programa?
Pues cualquiera de los que usted ya estuviera pensando. A ver si se piensan que yo veo alguno de esos programas.
Los programas que echan por las tardes (y a veces por las mañanas, y a veces de madrugada) y que tienden a mezclar dramas de barrio con información baja en calorías no son malos porque sí. Cuando uno piensa en ese invento, la caja tonta, ha de ser bastante inocente (y un poco gilipollas) si piensa que, en su día, se diseñó para trascender en vez de para entretener (o, simplemente, anestesiar).
Los contenidos no hacen a los programas, sino más bien al revés. Cualquier espacio puede hablar de toda esa caterva de acémilas que pululan por las pantallas y las portadas de las revistas, y no ser malo por ello. Porque un puñado de chavales talentosos y más guapos que la media se encierran en una academia de canto o de baile y cuando salen a la calle son oficialmente famosos y los adolescentes les persiguen buscando un autógrafo o un beso o, tal vez, un poco de ese sentimiento. Y la fama, la efímera y la que no lo es tanto, puede ser entretenida, divertida u objeto de estudio. Porque se pueden hacer buenos chistes acerca de la fama y los famosos; buenos sketchs, buenos gags, buenas entrevistas, reportajes y noticias...
El problema viene cuando uno comenta todas las tardes las listas de los “20 mejores peinados”, pone voz en off a los pensamientos del último gilipollas que ha sido grabado tomando el sol en su yate y, encima, se toman en serio su rol de periodista; y sus compañeros de profesión, que se consideran más serios, se lo permiten. Cuando esto pasa y nadie dice nada, los medidores de vergüenza ajena marcan otro máximo historico y suenan las señales de peligro.
Gracias a este invento en el que me leen, el periodismo vive una etapa de transición. Después de décadas con un modelo claro de negocio (siglos cuando hablamos de la prensa escrita), todo lo que parecía inamovible se ha puesto en tela de juicio: desde la figura del profesional de la información, hasta los formatos. Se habla del periodismo ciudadano, el fenómeno que surgió el día que los móviles sin cámara de fotos dejaron de venderse, de la muerte del papel o de los derechos al honor y la intimidad de las hermanas de las princesas plebeyas; cuando el debate debiera estar en la raíz del invento, del Periodismo tal y como lo ven escrito, con mayúsculas. ¿Qué es y para qué coño nos vale?
Vayamos al grano
Los periódicos, auto abanderados del “periodismo serio y de calidad”, se rasgan ahora las vestiduras por la cobertura informativa de la catástrofe aérea de Barajas en según que espacios televisivos (los que normalmente abordan “temas de sociedad”). Un error de primero de básica: confundir la gravedad del pecado con el número de víctimas afectadas.
Personalmente, como periodista “con carnet” (no lo digo por presumir, jamás me ha servido de nada), me da igual que se trafique con los sentimientos de una o de ciento cincuenta y tantas familias. El delito profesional sigue siendo el mismo, ya sea aplicado a un accidente de coche, un atentado terrorista, otro caso de violencia doméstica o una salida nocturna del Fary, que en paz descanse.
Recuerdo haber visto, hace años, un magazine estival de sobremesa presentado por el nefasto y olvidado (gracias al cielo) Antonio Hidalgo. Aquel hombre sonrisa que la inefable Ana Rosa Quintana sacó del anonimato aprovechó la presencia en plató de una honrada señora latinoamericana para sorprenderla con una llamada a su casa del otro lado del Atlántico. El propio Hidalgo, en un desenlace imprevisto de la llamada y cambiando para siempre el concepto de “sorpresa” televisiva, confesó a la octogenaria madre de la pobre señora el verdadero empleo que su hija ejercía en España: puta. Aunque estaba de resaca, evidentemente, jamás olvidaré el rostro serio de Hidalgo, que en seguida colgó el teléfono, recuperó la sonrisa y se puso a vender alguna moto a un montón de viejas aburridas.
Hay cosas que no se deberían hacer en los medios de comunicación, y ninguna de ellas tiene que ver con enseñar tetas o cadáveres calientes, ni con el consentimiento de las personas o con el honor y el dolor de las familias de las víctimas; sino más bien con el sentido común de una profesión que ha perdido el norte hace mucho tiempo.
Los viejos periodistas acordaron que las leyes jurídicas no podían coartar la libertad de expresión y que, por tanto, las únicas leyes destinadas a poner fronteras a la actividad del periodista no deberían estar escritas en papel, sino en la conciencia de sus profesionales.
Por eso, me paso por el forro de los cojones comunicados como los de la Federación del Sindicato de Periodistas, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España y de la Asociación de la Prensa de Madrid; que parece que sólo ven la tele cuando los aviones se caen del cielo. Y, de paso, me río de los medios escritos que ponen el grito en el cielo por el tratamiento que sus compañeros audiovisuales dan de la información.
El País (que ya sabrán que es el diario que leo), por ejemplo, sólo dedica una página diaria a hablar de los medios de comunicación, espacio que normalmente sirve para hacer autopromoción de medios de su misma empresa, PRISA. Pues bien, que no se dedique a recuperar "el debate entre información, intimidad y proceso judicial", cuando deliberadamente hace caso omiso del mismo el resto del año, cuando sus víctimas no venden periódicos.
La prensa escrita y la audiovisual comparten los mismos empresarios, el mismo modelo de negocio, los mismos anunciantes, las mismas obligaciones y los mismos derechos. Ahora que han muerto más de un centenar y medio de personas y que un programa de por la tarde ha puesto la imagen de un miembro mutilado subido en las ramas de un árbol o que se dejan de vender periódicos de papel en Norteamérica y los anunciantes se vienen a Internet o que la hermana de la princesa los denuncia por pesados, nos vienen llorando, con la teoría en la mano. Abren un debate que jamás debería estar cerrado, sino vivo, retroalimentando permanentemente la actividad periodística desde la franja rosa hasta los deportes.
Y eso también va por las asociaciones de periodistas.
El resto del tiempo, cuando cualquier emisora saca la casquería y la ponen delante de la cámara, callan como putas porque piensan que esa batalla no va con ellos. En realidad, saben perfectamente que están en el mismo barco, que todos forman parte del mismo juego. Lo que pasa es que son unos hipócritas y unos “bien quedas” de mierda.
Que no se quejen ahora, cuando el resto del año no saben tomar partido.
2 comentarios:
Se debería estudiar periodismo como yo estoy estudiando políticas: desde el escepticismo y la sospecha.
Lo que pasa es que así luego nunca nos da trabajo nadie !! jeje
Dudo que las facultades puedan cambiar algo, de todas formas.
Publicar un comentario