(Nacido en Democracia #03)
Los otoños se suceden uno tras otro y me siguen pareciendo la mejor época del año. Soy una persona melancólica y cuando se ha nacido en un clima desértico, ver llover resulta algo místico, un hecho digno de ser contemplado con deleite. Atrás quedaban: la época de perseguir gatos con la balinera, las infinitas partidas a los video-juegos y pedir el balón de fútbol, desviado hacia el balcón de una vieja con muy malas pulgas.
La distancia a la que veía a la tele solía ser inferior a metro y medio, la consumíamos con fluidez. Se terminaban los pasteles gratis, los hermanos Jofresa cerraban un ciclo en el Juventud de Badalona y se hacía cada vez más acuciante una cierta inquietud por las chicas.
Transcurrió un caluroso verano en uno de esos pueblos a un lugar turístico pegado. La playa traía siempre las crónicas de sociedad de nuestra generación. Y con los trece años bien cumplidos llegó el otoño de 1994. Era pronto para conocer que la costa mediterránea alicantina llegaba a sus últimos estertores de vida. Nuestro amado pueblo seguía inmerso en sus huertas, ajeno a todo aquello que no le interesaba. Con sus dos cosechas de patatas y las taullas de naranjos, melones y coliflores. Inmerso en el humo de los Celtas Extra. Algunos de nuestro cole ya optaban por abandonar la vida académica e ingresar en las fábricas de textiles o en la incipiente industria del ladrillo. Pero la mayoría continuábamos.
Apenas conozco un par de personas de mi edad que, como yo, decidieran en aquel momento por propio convencimiento ingresar en el denostado sistema L.O.G.S.E. Allí resultaba que sólo debían ir los malos estudiantes, para que el sitema de B.U.P siguiera siendo sólo para los que pensaban ir a la universidad. La segregación daba sus frutos. Pero antes, antes de comprobar cuan lejos del ideal que había visto en las películas americanas estábamos había que pasar por el Día de los Pollos. Así es como se denominaba a la jornada de caza de los novatos que se celebraba en los institutos de mi pueblo. Ubicado en medio de bancales de hortalizas y cítricos se encontraba centro de estudios. Las leyendas sobre aquel día traspasaban todos los límites. Las versiones llegaban de todas partes. Se escuchaba que algunos “pollos” acababan en contenedores ardiendo cuesta abajo. O que uno podía acabar corriendo desnudo o en paños menores por aquellas tierras arcillosas.
El catalogo de putadas disponibles era dolorosamente variado. La imaginación se disparaba y a más de uno se nos pasaba por la cabeza fingir una enfermedad, pero se decía que si uno no iba aquel día su nombre quedaba grabado con su sangre en una satánica lista que te amargaría la vida. Por lo visto, el sistema de miedo y dolor que imperaba entre mis semejantes no desaparecía al abandonar el colegio. Fue una triste decepción. No llegaba la libertad de pensamiento, continuaban las pesadillas. Recuerdo que me despedí de mis amigos más cercanos deseándoles suerte el día antes del Día de los Pollos. Hubo quien atemorizado iba a ser llevado en coche, algo que también se antojaba puntuable para entrar directamente en la lista de los siempre marginados. Ese pozo de amargura que se crea en todos los lugares donde hay gente obligada a estar. Sin embargo opté por llegar un poco más tarde, y caminar en solitario por la vía principal.
Así lo decidimos entre los colegas, así vimos más posibilidades para todos. Separados, si capturaban a alguien, sufriría a favor de los demás. Pude ver gente que caminaba asustada entre los árboles, donde sucumbían a terribles emboscadas de huevos podridos. Los coches con alumnos escoltados por sus padres pasaban a mi lado por la carretera. La poca leche que había conseguido ingerir se revolvía con los nervios, pero conseguí llegar indemne a la puerta del instituto. Algunos también llegaban con rastros de harina o pintura, pero nada demasiado serio. Nada quedaba ya de mito en lo que se preveía iban a ser otros cuatro años de cárcel intelectual.
1 comentario:
Supongo que las novatadas en el instituto son sólo una siniestra introducción de la labor que ejerce ese reducido (pero bien conocido) grupo de matones que debiera tener todo instituto que se precie.
Esa contraposición entre matones y novatos de primero de B.U.P, su juego de poder y la reclusión mental consiguiente me son dolorosamente familiares, mi querido Demian.
Por cierto, ¿qué son las balineras y las taullas?
Un abrazo!
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