Hay quien piensa que el trabajo y la dedicación del político acaban el día que resulta ganador de unas elecciones generales. El planteamiento tiene su lógica. ¿Qué más se le puede pedir a un hombre que ya ha visto cumplido su máxima aspiración en la vida? Sin embargo, no deberíamos dudar de las convicciones más firmes de nuestra clase gobernante. Cuando un político alcanza el sueño de convertirse en caudillo de la democracia, sus responsabilidades se multiplican, amén de sus apariciones en televisión y reuniones formales de las que habrá constancia en los medios. Es tiempo entonces de tomarle el pulso al país y trabajar con ahínco por el único y verdadero objetivo por el que lucha cualquier primer ministro de cualquier lugar civilizado: conseguir la reelección. "Ya que hemos llegado tan lejos, vamos a disfrutarlo todo lo que podamos, ¡qué caray!". Y no se escandalicen, que ustedes en su lugar harían lo mismo.
La “políticamente incorrecta” sitcom británica Yes, Prime Minister comienza en el albor del primer mandato del Primer Ministro británico Sir James “Jim” Hacker, interpretado por Paul Eddington. La pelea para llegar a la cumbre de la política británica ha sido larga y dura. Pero el pueblo ha sido sabio y ha recompensado la trayectoria y el duro trabajo de este carismático político. Hacker pasó un montón de años sentado en los bancos de la oposición de la Casa de los Comunes. Cuando su partido, por fin, consiguió el bastón de mando fue nombrado Ministro de asuntos administrativos y, finalmente, le fue confiada la difícil tarea de convencer al votante y ponerle rostro a la democracia.
Como todos los nuevos inquilinos del poder, Sir James está lleno de buenas intenciones, como reformar el ejército británico o extender la idea de democracia occidenta en los países del otro lado del telón de acero. Pero, tal y como comentábamos más arriba, para Jim existe una preocupación mayor que cualquier otra: conectar con el pueblo, caer bien al votante, seguir a la alza en las encuestas de popularidad... En resumen, lo que el bueno de Jim desea con todas sus fuerzas, que Dios le bendiga, es llegar a envejecer en la lujosa y céntrica residencia ministerial del 10 de la calle Downing en Londres.
Evidentemente, en una democracia parlamentaria tan antigua como la inglesa no existe la puntada sin hilo, así que Jim cuenta con dos funcionarios (civil servants en el Reino Unido) a su servicio. Dos viejos conocidos que, sin duda, le facilitarán su labor como máximo representante de la voluntad popular.
Bernard Wooley, interpretado por Derek Fowlds, es el primer secretario privado (principal private secretary) de Hacker. Bernard toma acta de todas las reuniones oficiales del Primer Ministro, concierta sus citas, manda llamar a ministros, embajadores u obispos y, normalmente, saca de quicio a su jefe apuntando la verdad escondida en sus supuestamente bienintencionadas y desinteresadas decisiones políticas. Es tan eficiente que recuerda en voz alta lo que realmente pasó en la reunión de ayer tarde con el ministro de defensa. Y si el Primer Ministro le hace una pregunta, Bernard siempre responde con la verdad. Una lástima que nadie haya logrado meterle en la cabeza que, en realidad, las aptitudes que un político busca en un gris burócrata como él son el olvido y la mentira. Uy, que dos palabras tan feas. La conveniencia quería decir, qué cabeza la mía.
Nigel Hawthorne interpreta a Sir Humphrey Appleby, el astuto secretario del gabinete del Primer Ministro y verdadero protagonista de la serie. Sir Humphrey es el auténtico director del destino del país. Su misión es la de velar por los intereses de su gremio, los funcionarios británicos, aunque para ello haya que remover cielo y tierra, defenestrar a seis o siete ministros, convertir al Reino Unido en una república o invadir Francia a golpe de ballesta y cañón. Sir Humpfrey se encuentra en una posición privilegiada como civil servant, pues tiene acceso libre a las dependencias del 10 de Downing Street y a toda la información que escuchan sus gruesas paredes. Como es perro viejo (y listo como el hambre), no sólo conoce los intrincados mecanismos de la democracia parlamentaria británica, sino que además sabe el talón de Aquiles del Primer Ministro: su popularidad. Así que su misión última es la de convencer al Primer Ministro que haga lo que él desea y que, además, piense que ha sido idea suya. Como pueden imaginar, le encanta su trabajo.
Previsiblemente, cada capítulo resulta una batalla entre el Primer Ministro y el listillo cabrón de Sir Humphrey, al que seguramente llamaban “piquito de oro” en el instituto. Bernard es el catalizador de la truculenta relación entre ambos. Comparte el idealismo del político para el que trabaja, pero no olvida su condición de funcionario. Sobra decir que Humphrey suele ganar en eso de la política al Primer Ministro. Después de todo tiene muchos menos escrúpulos que su jefe. Y eso, en política ayuda un montón.
Yes, Prime Minister comenzó su emisión en la BBC en 1986, donde se mantendría como una de las sitcoms más populares del momento durante las dos temporadas de ocho capítulos que fueron rodadas. Pero el fenómeno de la sátira política venía de lejos. Yes, Prime Minister es la secuela de Yes Minister, serie humorística que había cosechado un tremendo éxito durante el primer lustro de la década de los 80 y que narraba la vida de nuestros tres protagonistas antes de que llegaran al 10 de Downing Street. El precedente tuvo una versión televisiva de tres temporadas de siete episodios y otra radiofónica, dos temporadas de ocho episodios, que contaba con las voces del reparto original de la serie.
El broadcaster Antony Jay y el humorista, actor y director Jonathan Lynn fueron los responsables de la parodia política más popular de toda la historia de la televisión británica. La idea inicial era satirizar la clase política británica en general, por lo que desde su inicio las palabras conservador y laborista fueron vetadas por los propios creadores. Nunca se supo a que partido pertenecía Hacker pues siempre se hablaba del "gobierno" y "la oposición". A través de los 7 años de duración de las dos series, con sus 37 episodios de media hora y el Chrismas Special que sirvió para cerrar Yes Minister, Jay y Lynn radiografiaron con suma elegancia e inteligencia los mecanismos del poder de la democracia británica a través de la historia de este cáustico trío.
La idea principal de la serie fue representar la lucha constante entre políticos y funcionarios en los más altos estratos de poder. Mientras los primeros viven en el mundo de las ideas y sueñan con un país mejor, los segundos pisan suelo firme y seguro. Los funcionarios mueren funcionarios, pero los políticos vienen y van. Por eso, al final siempre son los primeros quienes tienen que recordar al político de turno que los ideales están bien para sus memorias, pero no sirven para nada si no ayudan a que los votantes metan tu papeleta en la urna cuando acabe la legislatura. Al final, el juego de la política resulta una pelea entre los intereses personales de los unos y los otros. Pero, como la vida misma, los entresijos de Yes Minister y su secuela son mucho más elaborados y complejos.
Los guiones de Jay y Lynn son disecciones meticulosas del sistema político británico e invitan a pensar que, gobierne quien gobierne, la toma de las decisiones que afectan a todos los ciudadanos de un país dependen exclusivamente de la conveniencia mutua de políticos, que sueñan con perpetuarse en el poder, y funcionarios, que como todo hijo de vecino quieren vivir mejor (y punto). Por eso, la serie jamás transcurre en el parlamento. Las decisiones que mueven el país se toman en los despachos de los políticos o en los restaurantes más caros de la ciudad. “Goverment happens in private”, afirmó Lynn. El papel de la prensa, las envidias entre ministerios o la falta de fe en las más altas instancias de la jerarquía religiosa no pueden faltar en esta ácida visión de la política británica.
Los hirientes y sarcásticos guiones (plagados de conversaciones y sentencias que debieran pasar a la historia de la política universal) no molestaron, sin embargo, a la clase política real de aquella Gran Bretaña de los 80. De hecho, Yes Minister era el programa preferido de la Dama de hierro, Margareth Thatcher, que llegó a aparecer en un sketch televisivo que aparentemente ella misma escribió, junto a Sir James y Sir Humphrey. “Su fina observación de lo que ocurre en los pasillos del poder me ha proporcionado horas de puro regocijo”, sentencio la primera ministra. Como la realidad siempre supera la ficción, me pregunto cómo sería el homólogo de Sir Humphrey en la realidad. Seguro que pudo haber un momento así:
Entonces Thatcher le dijo: “Bien, entonces tendremos que invadir las Malvinas”. Y el secretario de su gabinete respondió con una sonrisa malvada dibujada en su rostro: “Sí, primera ministra. Lo que usted diga”.
Yes, Prime Minister está editada en DVD en España, con la opción de doblaje en castellano, catalán o euskera. La original y su secuela están consideradas como una de las mejores sitcoms clásicas de la historia del género. Dense un capricho y disfruten de algún capítulo en esta jornada de reflexión. Como se suele decir: “su salud mental se lo agradecerá” y, como decía Màxim Huertas en la edición nocturna del telediario de Tele 5, antes de convertirse en el lacayo más loco de nuestra adorada Ana Rosa: “a ver como viene el día”.
2 comentarios:
Son exactamente las 12:48pm del 9 de marzo, hora local:Sydney. Lo primero que he hecho al levantarme ha sido revisar la prensa para saber si había sucedido algo en la jornada de reflexión. Muchos estais dormidos o de fiesta ahora mismo. Sabré el resultado de las elecciones mañana lunes por la mañana. NO ESTOY TRANQUILO, cualquier cosa que pase creo que no me va a gustar...
No temas, joven padawuan, la suerte a este lado del mundo está echada y no te estás perdiendo nada que no hayas visto.
Por cierto, la canción elegida para representarnos en Eurovisión ha conseguido que el resto de decisiones que tenga que tomar el pueblo español este fin de semana sean casi intrascendentes.
Vaya un abrazo transoceánico!
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