Los primeros vinilos que escuché eran viejos discos de Serrat, Mike Oldfield, U2, Supertramp y otros grupos a los que jamás tuve mucho respeto. Estaban en el salón de la casa de mis abuelos. Habían sido, o eran, de mi padre y de mis tías. El día que se fueron de casa los dejaron allí, apilados bajo el tocadiscos, cogiendo polvo, muertos de asco. Cuando volvía de visita en verano o en navidades, eran míos, por unos días. Los podía sentir desde que cruzaba la puerta de casa. Los oía latir, como el corazón acusador de Poe. El tocadiscos se movía, os lo juro. Los discos que guardaba debajo palpitaban como lo debe hacer un corazón gigante de ballena. Y yo podía pasarme horas escuchándolos, confeccionando mis cintas TDK de 60 minutos, contemplando el negro azabache del plástico, quitándoles el polvo con delicadeza, tratando de leer los surcos con mis ojos de niño lunático y disfrutando del regusto clásico de sus grandes portadas (nada comparado con las que yo mismo confeccionaba para personalizar mi colección de cassetes). El vinilo sonaba a viejo y olía a viejo. Parecía sagrado. Una reliquia rescatada de alguna civilización extinta que debía ser conservada. Colocaba la aguja suavemente sobre la superficie rugosa y disfrutaba de los crujidos provocados por el polvo, los descuidos, los años... Como si la música que sonaba fuera lo de menos.
Mi primer LP lo compré en una tienda de Camden Town, en Londres, el verano de 2003; en una tienda de dos plantas especializada en pop, rock, soul y ska. Había estado todo el verano trabajando en un hotel de una zona costera del Sur de Inglaterra, y pasé los últimos días de agosto en la capital con el bolsillo lleno. Mi primer vinilo fue el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band y lo compré porque en la tienda no tenían el Abbey Road, y porque me pareció barato (12 libras) y, sobre todo, porque el disco iba a servir para inaugurar mi colección y, sin tocadiscos, sólo iba a servir para adornar mi cuarto. Unas semanas antes había sido mi cumpleaños, y mis compañeros de trabajo me habían regalado The Wall, de Pink Floyd, que era doble y tenía unas ilustraciones guapísimas en el interior. Pero el Sgt. Pepper's fue el primero porque yo mismo lo saqué de la estanteria, porque admiré su estado de conservación y decidí que fuera el primero. Al día siguiente me compré mi primer single: el mítico Penny Lane / Strawberry Fields Forever. Después de un verano de propinas ahorradas y cuatro días en Londres, volví a casa con los bolsillos vacíos.
Hace unas semanas estuve en una feria del disco. Allí, los vinilos se hojean, como las páginas de un libro, en grandes cajas de cartón o de plástico y quienes los venden suelen ser hombres que han pasado la treintena, llevan barba y el pelo largo (si la salud capilar todavía lo permite), visten ropa oscura y apuntan sus ventas en un cuaderno de anillas. Algunos recorren cientos de kilómetros todos los fines de semana para costearse el vicio de vivir de la música y hablan de canciones, grupos y discos sin parar. Aconsejado por un simpático melómano asturiano me agencié un recopilatorio de Billy Preston por 12 euros y, luego, quedé deslumbrado por un single de Los Mustang, con portada homenaje de A hard day's night, editado en 1982 (el año que nací). En la cara A, Cuando tenga sesenta y tres (sic.) (When I'm Sixty-Four); en la B, Quiero contarte un secreto (Do you want to know a secret). En una pila de música negra encontré una edición lujosísima del Superbad de Curtis Mayfield. 20 putos euros. Ya no me quedaba pasta en la cartera. Mierda.
Los vinilos son fósiles para coleccionistas de huellas de dinosaurios, pueden sonar lentos o rápidos si no se seleccionan las revoluciones por minuto precisas y, para escucharlos hace falta un plato. En mi caso, son un pequeño placer privado y su disfrute siempre es a posteriori. Todavía no he escuchado el LP de Preston, ni las versiones beatle de Los Mustang y, en cualquier caso, estos sólo son dos ejemplos de una larga lista de música adquirida por escuchar. Un corazón de Tiranosaurius Rex palpitando encima de mi estantería. Creo que me debería parar de comprar cosas que no puedo usar, pillar un tocadiscos de una vez por todas y dejar de disfrutar de mis LPs sólo con los ojos. Soy demasiado pobre para ese tipo de frivolidades.
3 comentarios:
Efectivamente Lutxo, el vinilo es guasibilis, conserva una magia ajena al paso del tiempo, claro está que sólo lo vemos algunos..para mi representa la música como actividad, te requiere estar encima, darle la vuelta, cuidarlo, mimarlo. por supuesto también mola meter 200 canciones en el winamp y dejarlo ahi mientras hacer otra cosa, pero con un vinilo de por medio, lo que estás haciendo, principalmente es escuchar musica. por cierto, un vinilo al caer y conveniente de conseguir GUATEQUE ALL STARS vuelven a la carga, podeis oirlo de gratis en su sitio de myspace, technicolor promete!!!
Guateque mola!
Yo solo tengo un vinilo propio (el resto de mis padres) y es de...Visage!
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