martes, 11 de marzo de 2008

8º de E.G.B. por Demian



La primera palabra que escuché de mis padres acerca de los políticos fue “mentira”. Yo jugaba ajeno a todo aquello. Aunque lo cierto es que entonces pensaba muchas cosas como las pienso ahora, un par de décadas después. Al fin y al cabo, la vida apenas ha cambiado. Mi primer consejo de guerra fue a los 13 años. Los profesores me prepararon una buena encerrona. En un alarde de gallardía por su parte llamaron a mis padres a una reunión a puerta cerrada donde fui declarado culpable de ser un mal estudiante, un vago y un rebelde. Sin embargo, la respuesta de mis padres no fue excesivamente dura, y continuaron apoyándome en aquello en lo que demostré que se equivocaban.

La fila de los repetidores.

Una mosca quedó aplastada contra la ventana del aula con un lápiz. Era la última fila, el lugar en el que acabas por hablar demasiado. Ese espacio rodeado de “repetidores”, auténticos macarras de los ochenta; un lugar donde resulta muy difícil prestar atención, y donde es muy sencillo arrojar la toalla. Sin embargo, no recuerdo cómo, conseguí salir de aquel pozo de almas perdidas. Y casi por los pelos sacaba todas las asignaturas.

La clase de Religión, católica por supuesto, fue un ágora para mis primeros mítines al pueblo. Sólo los testigos de Jehová eran insumisos a aquellas horas en el colegio al que yo iba. No me imagino cómo hubiera reaccionado yo en un colegio de curas, si aquello ya me parecía un cúmulo de despropósitos. Allí encendí mi llama. Un día juro que llegué al colegio y todo el patio miraba hacia La Sierra. Resultaba ser que alguien había visto una aparición, a la Virgen o algo así. Ahora lo recuerdo estupefacto.

¡Acaba con ellos, Mortadelo!

La leche de finales de los ochenta era muy distinta, nos la vendía una señora en su casa, era recién ordeñada y supuraba un chungo telo de grasa cuando se calentaba. Mortadelo y Filemón eran los mejores, Verano Azul pegaba fuerte y nuestras hermanas y primas se ponían convulsivamente las cintas VHS de Greasse y Dirty Dancing. Quedarse viendo la tele hasta las 00:00 era lo más parecido a salir de marcha cuando estás en la universidad. Torrevieja estaba de moda. Y Felipe González manejaba el cotarro.

Ajeno a todo aquello me hurgaba la nariz de vez en cuando. Salía a la calle en busca de aventuras. A veces era un partido en la calle, pero a menudo era una partida en los recreativos. Nada podrá jamás igualar la llegada del Street Fighter 2. Sin embargo, años después, gracias a los emuladores de ordenador, si hemos comprendido la verdad: aquellos videojuegos eran complicadísimos de pasar con cinco duros. Por no decir que imposible. Todo lo que explique sobre aquellos lugares resultará insuficiente.

Bendito timo generacional.

Octavo de E.G.B no estuvo mal. Los del colegio de monjas de mi generación ya le daban al alcohol y a las chicas. Y se rumoreaba que eran los primeros en pillar coma etílico al llegar al instituto. Eran noticias e informaciones muy edificantes acerca de otras cosas que se podían hacer en esta incipiente vida. Fui cauto, pero experimenté con avidez aquellas nuevas substancias y su potencial lúdico.

El colegió se acababa y con este fin llegó el Viaje de Fin de Curso. Austeros, en nuestra condición de hijos de proletarios, nos dimos una vuelta por Castilla. Tengo que decir que pisé, la Capital del glorioso y grandilocuente Imperio español, por primera vez. Y pude ver por fin los agujeros de bala en el Congreso de los Diputados. Aquellos que tan bien había podido escuchar años atrás en el vientre de mi madre. Unas fotos en el perenne Acueducto de Segovia, unas travesuras en los hoteles y para la casa. Se avecinaba todo un mundo allá en el Instituto. El horizonte de posibilidades, de sueños, un cambio de aires.

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