Aunque pasara de puntillas para la mayoría de aficionados ajenos al hip hop, pocas muertes han hecho tanto daño a la música moderna como la de James Dewitt Yancey. El productor detroitarra también conocido como J-Dilla nos dijo adiós el 10 de febrero de 2006, después de sufrir en silencio lupus y una extraña enfermedad sanguínea llamada púrpura trombocitopénica trombótica. Había cumplido 32 años solo tres días antes, el mismo día que su testamento sonoro había llegado a las tiendas de discos.
Donuts (Stones Throw, 2006) fue tejido en el hospital, entre sesiones de diálisis, con un Boss Dr. Sample SP-303 que el productor Karriem Riggins había regalado a Dilla por su 31 cumpleaños. “Él trataba de repasar cada beat, y asegurarse de que todo era diferente, de que no quería cambiar nada”, recordó después su madre, la cantante de ópera Maureen Yance. Ella fue testigo excepcional del proceso de creación de una obra que marcaría un punto de inflexión para el hip hop instrumental y, por extensión, para toda la música creada a base de samples. Una obra a la misma altura histórica del pionero Entroducing… del californiano DJ Shadow.
Como el niño solitario que se encuentra un balón en la playa, Jay Dee se montó un campeonato del mundo con sus ídolos, mayormente artistas de la causa soul. Por los samples de Donuts pasaron desde la primera división del género (Stevie Wonder, James Brown, The Temptations), hasta una larga lista de personajes secundarios (Dionne Warwick, Eddie Kendricks, Luther Ingram), además de elecciones tan heterodoxas para un productor de hip hop afroamericano como 10cc.
En su trabajo de reconstrucción -que si sacamos la batidora y levantamos las claras, que si recortamos estos coros con el bisturí, que si aumentamos el tempo, que si cómo me mola esta línea de bajo-, el de Detroit dio con el mismo alma de aquellos retales de música ajena y los reconvirtió en una obra visionaria, vitalista y profundamente emocional. No debería pasar por alto el calibre de la intensidad de la segunda parte del disco, compuesto por 31 cortes de los que sólo uno –la infecciosa Workinonit- supera los dos minutos.
Porque esto que parece un juego de niños y que se deglute a lo Homer con caja de rosquillas sobre el regazo es, sin embargo, una cosa muy seria. Muy, muy divertida. Adictiva como la bollería industrial. Pero muy seria. Tanto como alguno de esos platos deconstruidos que salen de la cocina de los restaurantes más vanguardistas o como esas alubias que sólo sabe preparar su abuela. Un LP que Dilla no concibió como el último, varios proyectos se quedaron incompletos por su prematura muerte.
Exiliado del mundo de los vivos, Jay Dee tienen que estar haciendo grandes cosas en el Planeta de los Globbetroter junto a Marvin, Otis, Curtis y compañía. Sólo espero llegar a ser lo suficientemente funk para acabar algún día allí.