domingo, 30 de marzo de 2008

Días de cromos (II)

Desde el domingo 10 de febrero teníamos pendiente el desenlace de la serie días de cromos, que tuvo una segunda entrega firmada por el Sedentario Errante, sobre la obra y milagros de su paisano Juanele. Además, esta serie de viejas pegatinas futboleras ha despertado la nostalgia del compañero Demian, que ya ha publicado en este blog dos entregas de la serie Nacido en democrácia. Espero que todos la estén siguiendo. Mañana precisamente podrán leer la tercera entrega de los fantásticos relatos autobiográficos de Demian.

Para los que no leyeron la entrega inicial de días de cromos, recordaré que nos encontrábamos en el verano del año 1994, intercambiando cromos de la liga de ediciones Este en una plaza llena de niños. De aquel álbum de cromos de la temporada 94-95, el único que conseguí completar en mis días de niño coleccionista, hemos seleccionado una treintena de estampas más o menos representativas de otra época en el fútbol español.

Creo que nos habíamos quedado en el medio del campo.

Centrocampistas:

Aunque tenga pintas de profesor de Educación Física de una escuela pública, el Tato Abadía fue un jugador clásico de primera división que llegó a militar en las filas colchoneras (cuando el Atlético de Madrid era algo) y que formó parte del mejor Logroñés de toda la historia. Unas temporadas antes, militando precisamente en el equipo riojano, el Tato remontó él solito un dos a cero en contra, jugando en el Santiago Bernabeu contra el Real Madrid. Abadía metió los dos goles logroñeses y formó parte del once ideal europeo de aquella semana de la prestigiosa revista francesa France Football. Aquí podrán encontrar ésta y alguna anécdota más del mítico Abadía.

Quien pensaba que íbamos a desperdiciar la oportunidad de convocar al gaditano Poyatos en esta selección de estrellas es que desconoce completamente el fino sentido del humor de esta santa casa.


El Racing de Santander, que en la temporada actual aspira a ocupar por primera vez en su historia puestos europeos, no vivía un año tan feliz desde la temporada 1993 - 1994, con Jabo Irureta de entrenador. Después de una década en el ostracismo de segunda y segunda B, el equipo cántabro consiguió, en su vuelta a la máxima categoría, un meritorio octavo puesto, de la mano de los goles de los internacionales rusos Popov y Radchenko (ambos Dimitri), y la capitanía de este señor, Quique Setién, que regresaba con 35 años y todavía con la batuta de director de orquesta al equipo que le vio nacer como profesional.

A Setién, que era un futbolista maravilloso, le persiguió durante toda su carrera una merecida fama de broncas. Salió por la puerta de atrás del Atlético de Madrid, después de una disputa con Jesús Gil a cuenta de sus salidas nocturnas. En 1986 se enfadó con el seleccionador nacional, Miguel Muñoz, que le había convocado para jugar el mundial de México. Quique no disfrutaría de ningún minuto de juego en aquel mundial. Después de jugar los mejores años de su carrera en el Logroñés (al lado de Abadía y Poyatos, curiosamente) volvió al Racing a retirarse. Pero no pudo evitar irse sin hacer un poco más de ruido. Después de dos temporadas capitaneando al equipo con su sempiterno número 10 a la espalda, el entrenador Vicente Miera le enseñó la puerta trasera del Sardinero. La aficción racinguista, jaleada por el locutor-lobby Walter García, protestó enérgicamente la salida del capitán.

En los últimos días de su carrera, Quique Setién vivió momentos históricos del racinguismo como aquel aplastante 5 a 0 que los verdiblancos le endosaron al superbarça de Cruyff. Aquella noche, por cierto, contribuyó con un gol (creo que con la mano) al triunfo santanderino. Otros momentos deportivos de aquellos últimos años no fueron, seguramente, tan emocionantes, pero Setién siempre mantuvo la técnica exquisita que le caracterizaba como futbolista. El medio del campo era suyo, le llamaban el maestro y, para acabar su andadura profesional, ayudó al Levante a ganar la liguilla de ascenso a segunda división. "Voy a comprarme un sombrero, para quitármelo de la cabeza cada vez que la toque Quique Setién", recuerdo haber oído a algún colaborador del carrusel de José María García. Y no era para menos.

Al asturiano Óscar lo ponemos, sobre todo, para mostrar cuán revolucionario ha sido el Photoshop en el tratamiento de imágenes. Con el ir y venir de jugadores en la época estival, los de Ediciones Este se veían obligados a hacer chapuzas como esta para demostrar que los jugadores jugaban donde decían.

El argentino Dertycia fue popular por muchas cosas y, seguramente, su calvicie, fruto de una depresión que contrajo jugando en la liga italiana, fue una de ellas. El recordado espacio El Día Después de Canal+ hizo durante muchas semanas un exhaustivo seguimiento del estado capilar de Dertycia, que parecía recuperar la melena a medida que le iba volviendo la felicidad. Formó parte del Tenerife que arrebató al Real Madrid dos ligas consecutivas en la última jornada (91-92, 92-93). Difícilmente será olvidado.

El granadino Rafa Paz dio su vida a la causa del sevillismo. En total militó 13 temporadas en el equipo hispalense, donde fue pieza clave en el medio del campo. Además fue internacional, convocado por Luis, para jugar el mundial de Italia 90. Aparte de esto, Paz, no sé porqué, siempre me resultó un tipo de lo más inquietante y, desde el principio, supe que debía estar entre los futbolistas convocados a esta cita. Acabó su carrera en el Atlético Celaya de México.

Diego "Cholo" Simeone era, sin duda, uno de mis jugadores preferidos. Personalmente siempre he sentido debilidad por los jugadores argentinos. El Cholo tenía el descaro y la mala follá exigible a cualquier mediocampista internacional argentino. Después de un par de grandes temporadas en el Sevilla recaló en el Atlético Madrid del doblete, del que sería uno de sus mejores jugadores. Más tarde abandonaría la liga española para jugar en Italia (en el Inter y el Lazio), pero en 2003 volvería al Atlético de Madrid para jugar otro par de temporadas en España. Actualmente entrena al River Plate bonaerense.

En 1994 el fútbol (soccer) trató de acercarse a EE UU, o EE UU trató de acercarse al fútbol. Algo parecido a lo que ha pasado hace sólo un año con el traspaso de David Bekham a Los Angeles Galaxy. Los gringos fueron los encargados de organizar el mundial de 1994 que la Brasil de Romario se acabaría llevando al agua. El recién ascendido Betis contaba en sus filas, por entonces, con Tab Ramos, la mayor figura futbolística yanqui (aunque natural de Uruguay), con permiso de Alexi Lalas. Tab vivió su mejor temporada en el equipo sevillano en segunda, que yo recuerde. Previamente había militado en el Figueres. Más tarde marcharía a México y la mayoría jamás volvímos a saber de él. Desde entonces, no sé si un sólo jugador norteamericano ha militado en algún equipo de primera.


Delanteros:


El ruso Oleg Salenko será siempre recordado como el máximo goleador del mundial yanqui de 1994, empatado con Stoichkov. Curiosamente, a diferencia del búlgaro, cuyo equipo acabó cuarto; Salenko sólo jugó la primera fase del mundial y anotó en solamente dos partidos. Pero logró clavarle 5 dianas a los leones de Camerún. Y eso, qué carajo, bien vale un Pichichi mundialista y nuestro sempiterno recuerdo.

Después de militar en el Logroñés (creo que el subconsciente me ha hecho elegir a las más grandes glorias de este club) volvió a España con el título de máximo goleador mundialista y fue fichado por el Valencia. Sin embargo, Salenko no funcionó y salió por la puerta trasera del club ché.

Si algo podemos recordar a ciencia cierta del jienense Carlos es que pese a su gusto por romper tibias (aún siendo delantero) era de lo más elegante que ha conocido el bastión ovetense Carlos Tartiere. En sus ocho temporadas como jugador del Oviedo (con un paréntesis desafortunado de un año en el Atlético de Madrid) consiguió ganarse fama de jugador de barro, aún siendo de secano de pura cepa. Las comparaciones, aunque odiosas, persiguieron la vida profesional de este 9 tan aficionado a las broncas, que en la temporada anterior a esta rubricó 20 dianas. Se le comparó con Stoichkov por ese amor a la pelea y también se dijo de él que era el Hugo Sánchez del otro lado del Atlántico. Curiosamente se retiró en el Puebla mexicano.

De Atila Kasac poco supe en su día y poco recuerdo ahora. Pero el suyo fue, sin duda, el cromo más bizarro de toda la colección 94-95. De hecho, durante mucho tiempo pensé que Kasac era un jugador inventado. Sólo hay que ver el pobre trabajo gráfico prephotoshop que perpetraron los de Ediciones Este en el que la misma cara (de esas que te miran allá donde te sitúes, como el Gran Hermano) servía para el recuadro grande de la izquierda y para colocarla al cuerpo de evidente posturita chiquitinesca.

En 1995, el Logroñés había perdido el norte deportivo. Sus números de la temporada fueron pésimos: 2 victorias, 9 empates y tan solo 15 goles a favor por 79 en contra. A la postre sería en único descendido a segunda(por aquella historia del saneamiento de los equipos que ahora no procede explicar) y desde entonces poco se ha vuelto a saber de él. No sé cuántos goles de los 15 que marcó el Logroñés salieron de las botas de Atila, pero por este cromo tan bello bien se merece nuestro recordatorio.

Todavía a día de hoy me cuesta hablar de este maravilloso jugador danés. Y, especialmente, de este cromo. De este jugador con esa (léase en tono despectivo) camiseta. Michael Laudrup será para siempre uno de mis jugadores de fútbol favoritos. Sin duda, uno de los más exquisitos pasadores que ha visto un campo de fútbol español. Con Stoichkov y Romario como puntas blaugranas, la prensa llegó a calificar el juego del Dream Team como "fútbol de dibujos animados". Y el tranquilo danés tenía mucha culpa de eso.

Formó parte del mejor Barça de la historia y, al final, acabó vistiendo la camiseta blanca y participando en el 5 a 0 que el Madrid metió al Barcelona en el Santiago Bernabeu, precisamente la temporada a la que pertenece esta colección de cromos. Un año antes, Laudrup había participado del 5 a 0 del Barça al Madrid en el Camp Nou... Ironías de la vida. Laudrup se estableció como el mayor traidor de la historia del fútbol catalán. Sin embargo, a estas alturas quién le puede culpar. Por lo visto, Michael acabó teniendo problemas con Cruyff. Cuando su contrato con el club blaugrana finalizó, el hábil Real Madrid lo repescó. Con su divina presencia, el Madrid renovaría el título de campeón de liga cinco temporadas después.

A día de hoy se especula con que Michael vuelva al Camp Nou en calidad de entrenador. Antes de que eso ocurra me permitiré odiarle un poco más. Yo era un crío de 12 años y el fútbol era mi vida y él se fue al máximo rival. Nunca le perdonaré. Pero nunca olvidaré su nombre cuando algún futbolista con clase haga un pase a la izquierda mientras mira al lado contrario. Para siempre esa jugada será la de Laudrup. Y no hay nada más que hablar.

Hristo Stoichkov pasó a la historia del fútbol español recién llegado de Bulgaria, con la bota de oro europea debajo del brazo. Una fría noche del 5 de diciembre de 1990, el temperamental delantero arreó un pisotón al colegiado Urizar Azpitarte después de que Cruyff hubiera sido expulsado. Era el partido de ida de la final de la Supercopa de España de la temporada 90-91, que enfrentaba al Real Madrid y al Barcelona. Con el paso de los años, aquella cagada fue enterrada a base de goles.

Stoichkov seguramente fue uno de los jugadores más macarras que han pisado un campo de fútbol en España. Pero era un delantero maravilloso que pronto se integró en su club, el Barcelona, y en la liga española. Los que en aquellos mediados de los 90 vivíamos de fútbol, jamás olvidaremos a Hristo insultando en castellano a los árbitros en el mundial de EE UU. Además de goleador, fue un renovador de la palabra "puta" y, sólo por eso, merece un respeto.

Cuando era crío vivía en Granada y podía pasar tardes enteras corriendo detrás de una pelota. Ya entonces era más alto y desgarbado que la mayoría de mis amigos y, con un balón en los pies, era capaz de hacer lo más dificil y fallar lo más fácil. Además era del Norte y seguidor del Barça, así que pronto me empezaron a llamar Salinas.

Julio Salinas me encantaba. Tal vez porque le ví meter un gol que no sirvió de nada a Yugoslavia, en los octavos de final del mundial de Italia 90 (uno de los primeros partidos de fútbol que tengo consciencia de haber visto). Tal vez porque siempre sentí debilidad por los perdedores. Salinas lo ganó todo con el Barça, pero seguramente será recordado para siempre por sus fallos; especialmente por uno. En aquel partido de cuartos de final Italia contra España de 1994, como le solía pasar, falló lo más fácil y, como Cardeñosa en Argentina 78, pasó a formar parte de la leyenda negra de grandes losers de los mundiales. Sin embargo, fue por gente como él por la que me pasé un verano (más de uno en realidad) pateando todas las plazas de mi pueblo en busca de los cromos que completaran la colección. Todavía hoy, con la fiebre del fútbol más que sofocada, Salinas tiene mucho de mito para mí. A él y a cada uno de los futbolistas convocados va dedicada esta serie. Sin ellos, seguramente hoy no sería el mismo.

sábado, 29 de marzo de 2008

Tareas primaverales para el rey de la selva

"Home, I have no home. Hunted. Despised. Living like an animal. The jungle is my home."

"But I shall show the world that I can be its master. I shall perfect my own race of people. A race of atomic superman that will conquer the world!"

Martin Landau es Bela Lugosi en la deliciosa Ed Wood (Tim Burton, 1994)

jueves, 27 de marzo de 2008

La Españita


En mi retiro espiritual por tierras del Norte, me encuentro con la triste noticia de la muerte del guionista de cine español Rafael Azcona. Logroñés ilustre, escritor entre líneas, cronista de la España pretechnicolor de la posguerra y, también, del cinismo tardofranquista, predemocrático y posdemocrático. En las muchas necrológicas publicadas ayer se insistía en cuatro películas de las muchas en las que participó: El Cochecito, El Pisito, Plácido y El Verdugo; cuatro episodios nacionales, que bien podrían ser seis, ocho o veinte, pero que en guasíbilis dejaremos en cinco.


En El Pisito (Marco Ferreri, 1959), el personaje de Rodolfo, interpretado por el incombustible e insustituible José Luis López Vázquez, se ve obligado a casarse con doña Martina, la dueña anciana del piso en el que vive. La idea es que cuando muera el carcamal, Rodolfo heredará el inmueble y podrá darle a su novia Petrita la vida que se merece. Ésta, lejos de escandalizarse por el compromiso que su novio va a contraer, anima a Rodolfito a seguir adelante con el plan. A él, de todas formas, no le costará hacerse a la vida de casado: trajes a medida, comilonas, copazas de whisky importado en el Pasapoga, cafés con leche y tabaco rubio. A ver si pensaban que encontrar piso en Madrid era más fácil hace 50 años que ahora.



Un año después, y de nuevo bajo la dirección del italiano Ferreri, Azcona dibuja la historia del taciturno don Anselmo (interpretado por el magnánimo Pepe Isbert), un jubilado ninguneado por su familia, que no puede seguir el ritmo de sus amigos (lisiados, mancos, cojos, tullidos), que van a merendar a la sierra montados en sus flamantes cochecitos motorizados para minusválidos. Don Anselmo se empeña en que su familia le compre un cochecito, pero su hijo, el procurador don Carlos, se opone rotundamente. "Los viejos son como los niños, don Carlos. No hay que hacerles mucho caso", le recuerda al procurador el médico de la familia.

Cuando uno oye el título de El Cochecito piensa en automáticamente comedia, en risas garantizadas (que las hay), en una consecución de gags... Pero la realidad de la película, como la de la época, es otra, mucho más oscura e inquietante, tenebrosa y cruel. El final del que Azcona se sentía más orgulloso, el de esta película, fue recortado por las tijeras censoras de un régimen que premiaba la cultura mediocre. Seguro que se preguntan si Anselmo se salió con la suya y acabó yendo a la sierra montado en un cochecito para minusválidos acompañado de su troupe. Para que se animen a verla, de todas formas, diré que la nietísima de don Anselmo es la genial Chus Lampreave (indiscutible icono guasíbilis) y su prometido, cómo no, José Luis López Vázquez.


Sin perder la mala leche, aunque haciendo mayores concesiones a la comedia, Azcona firmó en 1961 el guión de la superior Plácido, dirigida por el valenciano Luis García Berlanga, que desde entonces y para siempre sería el director fetiche de los guiones del riojano. Hace unos años, en mi anterior blog, escribí esta humilde reseña sobre una de las más grandes películas españolas de todos los tiempos. El día de nochebuena, el bueno de Plácido (interpretado por Cassen) tiene que pagar la primera letra de su motocarro. La "ciudad de provincias" en la que vive celebra, además, la campaña "siente un pobre en su mesa". Mientras la burguesía local limpia su conciencia dando de cenar a un pobre en nochebuena, Plácido recorrerá todos los estamentos burocráticos imaginables para pagar la letra del dichoso motocarro.


El resultado de la primera colaboración de los Lennon/McCartney del cine español fue una despatarrante comedia ácida llena de personajes maravillosamente miserables y de muchísimas caras conocidas del cine español de todos los tiempos; entre las que no podía faltar José Luis López Vázquez, en el papel de Gabino Quintanilla, "el hijo de Quintanilla, el de la serrería".


Dos años después, Azcona y Berlanga repetirían colaboración en El Verdugo, otro de los pesos pesados del cine español. Nino Manfredi interpreta al enterrador José Luis Rodríguez, que por una cuestión de olvidos acabará enamorado de Carmen (la recientemente fallecida Emma Penella), hija de Amadeo (Pepe Isbert), verdugo de profesión. Una vez más, a cuenta de un piso en Madrid, José Luis se comprometerá a suceder a su suegro como funcionario encargado de dar el garrote vil a los condenados a muerte. La nueva profesión de José Luis le proporcionará a la familia el merecido piso de protección oficial, además de unas vacaciones en la isla de Mallorca a cuenta del estado. Pero el régimen no "daba duros a pesetas", amigos. Ser o no ser (verdugo), esa es la cuestión.


La Escopeta nacional (1978) fue otra de las memorables colaboraciones entre el director valenciano y Azcona. Con Franco muerto y el país enfrascado en un esperanzador y cauto proceso de renovación democrática, el dúo fantástico no iba a dejar de meter el dedo en la llaga de las miserias morales del país y la clase política, los títulos nobiliarios y la burguesía. José Luis Sazatornil es el empresario catalán Jaume Canivell, que acude a una caza en la finca del Marqués de Leguineche (Luis Escobar) con el único objetivo de conseguir que el ministro Don Álvaro, Antonio Ferrandis, se haga partícipe de su negocio de instalación de porteros automáticos.

Además de un desnudo integral de una joven Bárbara Rey, que luce cuerpo serrano, atada a una cama; sabemos que el marqués colecciona bello púbico de señoritas, que su hijo (otra vez José Luis López Vázquez) es un insufrible pajillero, que los empresarios catalanes, por encima de todo, siempre tienen una prioridad en su cabeza: los negocios y que el destino del país se puede dirimir comiendo perdices entre batida y batida. Si no la han visto no se la pierdan, pueden estar ante el mejor tratado audiovisual sobre el cinismo de toda la historia del cine.



El guionista

Uno se da cuenta, cuando escribe sobre alguien tan grande como Azcona, que es demasiado fácil caer en el tópico. Sin embargo, poco importa la forma que parezcan tomar la palabras cuando todo lo que se pudiera decir sobre este guionista es poco. Al saber de su muerte, uno siente que muere un pedazo de historia. La historia de la que él fue cronista excepcional, en una época en la que la realidad estaba demasiado mal como para ser contada en el cine.

La España de Azcona vivía en la miseria y estaba llena de gente miserable y otra que no le quedaba otro remedio que comulgar con aquello que le imponían los curitas y los señoritos; los dones y las doñas. Pero no se sacan demasiadas lecturas políticas de sus guiones, sino sociales. El pisito y el cochecito, y la copita de anís después de comer, don Pablito, don Julito y doña Martinita, el cotidiano cigarrito rubio y el purito de las ocasiones especiales son los símbolos de unos años en que las desigualdades eran tan grandes que, para unos o para otros, podía resultar de mal gusto hacer bromas al respecto. La España de Azcona lo era en diminutivo, porque era de pueblo y el color negro imperaba sobre todos los demas, y porque había que tener sentido del humor para aguantar sus miserias. Su cine, ahora en crísis, ha perdido a su más grande guionista. Espero que los que aspiran a sustituirle se encarguen de mamar de sus películas. A lo mejor así alguno logrará llegarle a la suela de sus zapatos.

Vacaciones en el Norte

Sábado soleado en Bermeo (Vizcaya), algún día después del temporal que azotó el Cantábrico.


Las olas (hasta 16 metros de agua rabiosa) guillotinaron los coches aparcados junto al puerto.

Subida por las bellas montañas cántabras, en Ucieda.

Y, en la bajada, los caballos luchando (como nosotros) contra la nieve.

Fin de fiesta pasada por agua en Avilés (Asturias).

¿Será la lluvia capaz de joder el día de la comida en la calle?

Lo dudo mucho.

Que uno deje de publicar casi dos semanas no significa que haya dejado de afilar el lápiz. Después de unas inmerecidas vacaciones con viento, sol, nieve y agua; guasíbilis vuelve felizmente a su programación habitual. Disculpen las molestias.

jueves, 13 de marzo de 2008

Mejor en vinilo

Los primeros vinilos que escuché eran viejos discos de Serrat, Mike Oldfield, U2, Supertramp y otros grupos a los que jamás tuve mucho respeto. Estaban en el salón de la casa de mis abuelos. Habían sido, o eran, de mi padre y de mis tías. El día que se fueron de casa los dejaron allí, apilados bajo el tocadiscos, cogiendo polvo, muertos de asco. Cuando volvía de visita en verano o en navidades, eran míos, por unos días. Los podía sentir desde que cruzaba la puerta de casa. Los oía latir, como el corazón acusador de Poe. El tocadiscos se movía, os lo juro. Los discos que guardaba debajo palpitaban como lo debe hacer un corazón gigante de ballena. Y yo podía pasarme horas escuchándolos, confeccionando mis cintas TDK de 60 minutos, contemplando el negro azabache del plástico, quitándoles el polvo con delicadeza, tratando de leer los surcos con mis ojos de niño lunático y disfrutando del regusto clásico de sus grandes portadas (nada comparado con las que yo mismo confeccionaba para personalizar mi colección de cassetes). El vinilo sonaba a viejo y olía a viejo. Parecía sagrado. Una reliquia rescatada de alguna civilización extinta que debía ser conservada. Colocaba la aguja suavemente sobre la superficie rugosa y disfrutaba de los crujidos provocados por el polvo, los descuidos, los años... Como si la música que sonaba fuera lo de menos.

Mi primer LP lo compré en una tienda de Camden Town, en Londres, el verano de 2003; en una tienda de dos plantas especializada en pop, rock, soul y ska. Había estado todo el verano trabajando en un hotel de una zona costera del Sur de Inglaterra, y pasé los últimos días de agosto en la capital con el bolsillo lleno. Mi primer vinilo fue el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band y lo compré porque en la tienda no tenían el Abbey Road, y porque me pareció barato (12 libras) y, sobre todo, porque el disco iba a servir para inaugurar mi colección y, sin tocadiscos, sólo iba a servir para adornar mi cuarto. Unas semanas antes había sido mi cumpleaños, y mis compañeros de trabajo me habían regalado The Wall, de Pink Floyd, que era doble y tenía unas ilustraciones guapísimas en el interior. Pero el Sgt. Pepper's fue el primero porque yo mismo lo saqué de la estanteria, porque admiré su estado de conservación y decidí que fuera el primero. Al día siguiente me compré mi primer single: el mítico Penny Lane / Strawberry Fields Forever. Después de un verano de propinas ahorradas y cuatro días en Londres, volví a casa con los bolsillos vacíos.

Hace unas semanas estuve en una feria del disco. Allí, los vinilos se hojean, como las páginas de un libro, en grandes cajas de cartón o de plástico y quienes los venden suelen ser hombres que han pasado la treintena, llevan barba y el pelo largo (si la salud capilar todavía lo permite), visten ropa oscura y apuntan sus ventas en un cuaderno de anillas. Algunos recorren cientos de kilómetros todos los fines de semana para costearse el vicio de vivir de la música y hablan de canciones, grupos y discos sin parar. Aconsejado por un simpático melómano asturiano me agencié un recopilatorio de Billy Preston por 12 euros y, luego, quedé deslumbrado por un single de Los Mustang, con portada homenaje de A hard day's night, editado en 1982 (el año que nací). En la cara A, Cuando tenga sesenta y tres (sic.) (When I'm Sixty-Four); en la B, Quiero contarte un secreto (Do you want to know a secret). En una pila de música negra encontré una edición lujosísima del Superbad de Curtis Mayfield. 20 putos euros. Ya no me quedaba pasta en la cartera. Mierda.

Los vinilos son fósiles para coleccionistas de huellas de dinosaurios, pueden sonar lentos o rápidos si no se seleccionan las revoluciones por minuto precisas y, para escucharlos hace falta un plato. En mi caso, son un pequeño placer privado y su disfrute siempre es a posteriori. Todavía no he escuchado el LP de Preston, ni las versiones beatle de Los Mustang y, en cualquier caso, estos sólo son dos ejemplos de una larga lista de música adquirida por escuchar. Un corazón de Tiranosaurius Rex palpitando encima de mi estantería. Creo que me debería parar de comprar cosas que no puedo usar, pillar un tocadiscos de una vez por todas y dejar de disfrutar de mis LPs sólo con los ojos. Soy demasiado pobre para ese tipo de frivolidades.

martes, 11 de marzo de 2008

8º de E.G.B. por Demian



La primera palabra que escuché de mis padres acerca de los políticos fue “mentira”. Yo jugaba ajeno a todo aquello. Aunque lo cierto es que entonces pensaba muchas cosas como las pienso ahora, un par de décadas después. Al fin y al cabo, la vida apenas ha cambiado. Mi primer consejo de guerra fue a los 13 años. Los profesores me prepararon una buena encerrona. En un alarde de gallardía por su parte llamaron a mis padres a una reunión a puerta cerrada donde fui declarado culpable de ser un mal estudiante, un vago y un rebelde. Sin embargo, la respuesta de mis padres no fue excesivamente dura, y continuaron apoyándome en aquello en lo que demostré que se equivocaban.

La fila de los repetidores.

Una mosca quedó aplastada contra la ventana del aula con un lápiz. Era la última fila, el lugar en el que acabas por hablar demasiado. Ese espacio rodeado de “repetidores”, auténticos macarras de los ochenta; un lugar donde resulta muy difícil prestar atención, y donde es muy sencillo arrojar la toalla. Sin embargo, no recuerdo cómo, conseguí salir de aquel pozo de almas perdidas. Y casi por los pelos sacaba todas las asignaturas.

La clase de Religión, católica por supuesto, fue un ágora para mis primeros mítines al pueblo. Sólo los testigos de Jehová eran insumisos a aquellas horas en el colegio al que yo iba. No me imagino cómo hubiera reaccionado yo en un colegio de curas, si aquello ya me parecía un cúmulo de despropósitos. Allí encendí mi llama. Un día juro que llegué al colegio y todo el patio miraba hacia La Sierra. Resultaba ser que alguien había visto una aparición, a la Virgen o algo así. Ahora lo recuerdo estupefacto.

¡Acaba con ellos, Mortadelo!

La leche de finales de los ochenta era muy distinta, nos la vendía una señora en su casa, era recién ordeñada y supuraba un chungo telo de grasa cuando se calentaba. Mortadelo y Filemón eran los mejores, Verano Azul pegaba fuerte y nuestras hermanas y primas se ponían convulsivamente las cintas VHS de Greasse y Dirty Dancing. Quedarse viendo la tele hasta las 00:00 era lo más parecido a salir de marcha cuando estás en la universidad. Torrevieja estaba de moda. Y Felipe González manejaba el cotarro.

Ajeno a todo aquello me hurgaba la nariz de vez en cuando. Salía a la calle en busca de aventuras. A veces era un partido en la calle, pero a menudo era una partida en los recreativos. Nada podrá jamás igualar la llegada del Street Fighter 2. Sin embargo, años después, gracias a los emuladores de ordenador, si hemos comprendido la verdad: aquellos videojuegos eran complicadísimos de pasar con cinco duros. Por no decir que imposible. Todo lo que explique sobre aquellos lugares resultará insuficiente.

Bendito timo generacional.

Octavo de E.G.B no estuvo mal. Los del colegio de monjas de mi generación ya le daban al alcohol y a las chicas. Y se rumoreaba que eran los primeros en pillar coma etílico al llegar al instituto. Eran noticias e informaciones muy edificantes acerca de otras cosas que se podían hacer en esta incipiente vida. Fui cauto, pero experimenté con avidez aquellas nuevas substancias y su potencial lúdico.

El colegió se acababa y con este fin llegó el Viaje de Fin de Curso. Austeros, en nuestra condición de hijos de proletarios, nos dimos una vuelta por Castilla. Tengo que decir que pisé, la Capital del glorioso y grandilocuente Imperio español, por primera vez. Y pude ver por fin los agujeros de bala en el Congreso de los Diputados. Aquellos que tan bien había podido escuchar años atrás en el vientre de mi madre. Unas fotos en el perenne Acueducto de Segovia, unas travesuras en los hoteles y para la casa. Se avecinaba todo un mundo allá en el Instituto. El horizonte de posibilidades, de sueños, un cambio de aires.

lunes, 10 de marzo de 2008

Epílogo: Fotogramas de una votación

"¿A quién le gustaría comenzar hoy?"

"He estado pensando en lo que dijo sobre no guardarnos nada en nuestro interior y creo que tengo algo que sugerir. Hoy se juega el partido inaugural de las World Series. Mi sugerencia es que cambiáramos el orden de las actividades planeadas para hoy, de tal forma que podamos ver el juego".

"Bien, señor McMurphy, lo que usted está proponiendo es que modifiquemos nuestro horario tan cuidadosamente trabajado".

- "Bueno, un cambio nunca duele para variar. ¿Verdad?".

- "No tiene porqué. Algunos de estos hombres tardan mucho, mucho tiempo en acostumbrarse a los cambios. Cámbielo ahora y puede que lo encuentren muy desagradable".

- "Estamos hablando de las World Series, enfermera Radchet".

- "¿Qué le parece que lo sometamos a una votación y dejemos que la mayoría decida?"

"Vamos chavales, levantad las manos."

"¿Qué os pasa? ¿Es que no queréis ver las World Series?"

"Vamos, os vendrá bien un poco de ejercicio si levantáis las manos. No me he perdido las World Series ni en el maco. Sed buenos americanos. ¡Son las World Series!"

"Lo siento, señor McMurphy. Sólo veo 3 votos y me temo que eso no es suficiente como para cambiar nuestra política."