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Durante marzo y abril de 2007 estuve viviendo en Cardiff y, durante todo ese tiempo, trabajé como botones en el hotel Park Plaza. Algún tiempo después, de vuelta en España, me reencontré con un pariente político (e inglés) con el que pude departir de música, cómics y series de televisión. Le hablé de mi pasión por Fawlty Towers, The Office, Spaced y Peep Show; y él me recomendó apasionadamente Gavin & Stacey. Es diferente, me dijo. Una de esas series que aprendes a disfrutar, a medida que conoces a los personajes. Y tan apasionadas fueron sus palabras que ese mismo día, cuando llegué a casa, me puse manos a la obra.
La sorpresa fue (y ahí va el asunto personal), que yo conocía ya a todos esos personajes. A los actores, en realidad. Al elenco inglés de la serie, que se había alojado en el hotel en el que había trabajado durante mi estancia en la capital de Gales. Ustedes pensarán que es una estupidez, pero eso me hizo sentir algo especial de inmediato con la serie. Porque yo había visto a Larry Lamb, Mathew Horne, Alison Steadman y James Corden transitar los pasillos del hotel durante meses. Les había visto llegar los domingos por la noche e irse los jueves por la tarde. Había entrado en sus cuartos (con esas llaves mágicas que abren todas las puertas de un hotel) para llevarles la ropa que ellos habían dejado en el servicio de lavandería. Había programado sus wake-up calls y había dejado frente a las puertas de sus habitaciones el periódico a primera hora de la mañana. Les había entregado guiones de una serie que no conocía y de la que me acabaría enamorando, y en ocasiones había compartido saludos y alguna conversación casual.
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Imaginen dos oficinas, pongamos una en Madrid y otra en Muskiz. Imaginen dos empleados, un chico y una chica (uno de aquí y la otra de allí), que a medida que hablan por teléfono de cosas del trabajo y de otras ajenas al trabajo, acaban enamorándose. Enamorándose de sus voces y de la imagen que cada uno tiene del otro a través de la línea telefónica. Pues eso es Gavin & Stacey. Un chico de Essex, suburbio de gente bien muy cercano a Londres, y una chica de Barry Island, pueblecito costero cercano a Cardiff ubicado en una isla anclada en algún momento kitsch de la década de los 70, con sus atracciones de palo y su ridículo mini golf para turistas de clase media baja.
La trama comienza, como cada capítulo, con una llamada telefónica entre los dos protagonistas que dan nombre a la serie; la última antes de su primer encuentro. Evidentemente, no les desvelo nada si les cuento que la llama del amor prenderá y que pronto habrá planes de boda entre ambos, porque si fuera de otra forma no tendríamos serie. Pero no es la historia de amor el punto central de la serie o, por lo menos, no el más atractivo para mi gusto. La clave de Gavin & Stacey no son ellos, Gavin y Stacey, sino la colisión de sus dos mundos, separados por los corsés que imponen la clase social y la nacionalidad, pero obligados a encontrarse y entenderse. Dicho esto, no me importa decir que los supuestos protagonistas son los más aburridos del plantel, en el que brilla su genial abanico de secundarios.
Hay mucho drama que cortar, como ven. Drama que, precisamente, es el que conduce a la comedia, pero que viste a ésta de un fondo que no tenían las comedias de antaño. En Gavin & Stacey brillan los arcos argumentales de cada personaje. De hecho, son que hacen avanzar la serie. Aquí no podemos esperar que, como en el resto de sitcoms, las vidas de los personajes acaben, al final de cada capítulo, en el mismo sitio en que empezaron. Hay una trama, plagada de múltiples subtramas (como en los culebrones), pero al final te acabas riendo. Es una comedia compleja, podríamos decir. Como decía un poco más arriba, una comedia heredera del estilo que The Office impulsó a principios de este siglo.
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Sería un detalle que la serie no fuera más lejos de donde llegó al final de la tercera temporada, precisamente por eso que decía de que el drama es el conductor del producto. Seguir echándonos risas a expensas de los arrebatos infantiles de Smithy y de la homosexualidad latente del tío Bryn (demasiado ingenuo como para darse cuenta) exigiría nuevos conflictos que, seguramente, no irían a la zaga de los que ya fueron puestos encima de la mesa.
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2 comentarios:
No la tengo localizada, aunque me suena algún rostro. Me considero fan del formato británico, de temporadas cortas, minutaje prudente. Nuevas variaciones, como la reciente she and him, tampoco me acaban de cautivar, aunque aprecio que captan parte del zeitgeist de una juventud paralizada.
Investigaremos...
Pd. Ha vuelto Skins.
A Him & Her todavía no le he dado la oportunidad y Skins está en lo más alto de mi lista de prioridades.
Gracias por el comentario, señor mycroft!
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