sábado, 23 de febrero de 2008

Welcome to the house of fun


Una introducción (no tan pequeña)


Cuenta el humorista inglés John Cleese que, por encima de cualquier otra cosa, lo que más le gusta en la vida es reír y que, seguramente, las noches más felices de su vida las pasó en el National Theatre del Southbank londinense, viendo farsas y retorciéndose de risa en la butaca. “Cuando eres adolescente, hay veces que ríes tanto que duele y quisieras parar, pero no puedes. Es una sensación maravillosa que se va perdiendo con la edad”, confesaba un risueño Cleese en la memorable entrevista que concedió para la edición en DVD de Fawlty Towers, que nos va a servir de mucha ayuda en el transcurso de este post. Esta sitcom es la protagonista de este primer capítulo dedicado a la comedia televisiva británica.

Cleese siempre estuvo interesado en la comedia. De pequeño devoraba las telecomedias norteamericanas más clásicas de los 50 y los comedy shows de la BBC radio; siempre con un pequeño cuaderno entre las manos para apuntar las mejores bromas. Más tarde, formó parte de reputados grupos de teatro en la universidad, pero nunca pensó seriamente dedicarse al show business. Su familia no lo hubiera aprobado. Sin embargo, después de una actuación en Cambridge, donde estudiaba derecho, dos desconocidos en traje oscuro y corbata le propusieron trabajar como guionista para la BBC. “Se habían dado cuenta de que escribía mi propio material”, recuerda Cleese. “Además podía vender lo de aquel trabajo a mis padres, porque era la BBC y eso significaba un plan de pensiones, era como ser funcionario. Y, desde el punto de vista del dinero, en la BBC me pagaban 30 libras por semana, mientras que hubiera ganado unas 12 trabajando como abogado. Y yo no estaba muy ligado a la abogacía”.

El matrimonio Cleese escribiendo desde recepción.

Para 1975, John Cleese había reescrito la historia de la comedia televisiva junto al resto de Monty Python en el histórico show de sketchs Flying Circus. Pero sintiendo que la fórmula se había agotado, Cleese decidió abandonar el barco. Cuando abandonó el grupo (televisivamente hablando), “lo único que sabía era que quería trabajar con Connie Booth”, que por aquel entonces era su mujer. Jimmy Gilbert, responsable de Light Entertainment de la BBC, le sugirió inmediatamente que volviera con una idea para rodar un piloto. Tras una charla de 20 minutos, el matrimonio Cleese decidió ambientar el proyecto de una sitcom en un hotel de Torquay, una pequeña ciudad costera del sur del condado de Devon, “la riviera inglesa”.

Evidentemente, había una historia al respecto. “Habíamos ido a Torquay (los Monty Python) y nos hospedamos en el fabuloso Gleneagles Hotel, dirigido por un tal Mr Sinclair”, cuenta Cleese con una gran sonrisa. “Él era el hombre más maleducado que he conocido jamás. Era maravilloso. Los demás Python no pudieron aguantarle y se marcharon al Hotel Imperial”. Sin embargo, John y Connie decidieron quedarse en el Gleneagles, completamente fascinados por el hombre más desconsiderado que habían visto en la vida. “Un día estábamos cenando”, continúa Cleese, “y Terry Gilliam estaba comiendo como lo hacen los americanos. Cortan toda la carne, dejan el cuchillo a un lado, cogen el tenedor con la mano derecha y van pinchando los cachitos”. Cuando Sinclair, que pasaba por allí, se fijó en las extrañas maneras de Gilliam, “un gesto de incredulidad cruzó su cara” y con su voz más grave y reprobatoria le espetó, “en este país no comemos así”. En otra ocasión, Eric Idle, que se había dejado su maletín en la puerta principal del hotel, descubrió que el peculiar hostelero había dejado sus pertenencias detrás de un muro de piedra en el jardín. Cuando pidió explicaciones a Sinclair, éste confesó que últimamente había tenido “algún problema con los trabajadores". El nuevo proyecto de John Cleese era encarnar a Sinclair en la tele. Había vida más allá de Python para él y se llamaba Basil Fawlty.

La sonrisa es totalmente forzada.

El increíble señor Fawlty

El cruce entre John Cleese y el señor Sinclair, Mr. Fawlty, es el corazón, el hígado y el sistema nervioso de la extraordinaria sitcom Fawlty Towers. Como su alter ego real, Basil es el ser humano más despreciable, cínico, maniático, descarado y antipático del planeta. Pero posee un fino, aunque nada refinado, encanto humorístico que le otorga cierto halo de divinidad guasíbilis. Cleese supo encontrar el registro perfecto para dar vida en la pantalla a este indeseable pero entrañable empresario hostelero del Sur de Inglaterra. Un personaje bien burro, sin el menor respeto por ninguna norma social que no esté directamente impuesta por el vil dinero.

Porque Mr. Fawlty odia su trabajo y a los pobres desgraciados que tuvieron la mala suerte de reservar una habitación en su casa. Basil es una rata desquiciada que desprecia, insulta, grita y humilla a sus clientes, a no ser que estos pertenezcan a la clase alta. Como a otros muchos bastardos de su estilo, tiene la manía de atascar su lengua entre aquellos que pudieran mejorar su escala social. Pero su caótica personalidad le hace perder fácilmente el control de la situación. Fawlty tiene una facilidad espantosa para meterse en líos y generar malentendidos de los que intenta escapar con mentiras que le hunden en lo más profundo del pozo de la sinvergüenza y el descrédito.

Lo juro, yo no he sido.

Entre tanto, su existencia no puede ser más miserable. Su mujer, Sybil, a la que odia y teme a partes iguales, le impide hacer todo aquello que a él le gusta, como apostar en las carreras de caballos, practicar sexo o sacar los ojos de algún cliente coñazo con el tenedor del pescado. Y el resto de personas que le rodean, bien por su senectud, por sus vagos conocimientos de inglés o por querer sacar partido de los servicios por los que pagan, le sacan literalmente de sus casillas.

El objetivo de cada uno de los doce episodios que componen la vida de Fawlty Towers se acaba convirtiendo en hacer reír sometiendo a este pobre diablo a un constate estado vital de ataque de nervios. “Nos sentíamos como Dios jugando con la vida de ese hombre”, recuerda Cleese. “A veces pensábamos qué es lo que le íbamos a hacer después y nos reíamos al pensar, ‘pobre hombre’. La comedia es como el drama. La diferencia sólo es una cuestión de solidarizárte con la gente que sufre u observarles desde un poco más atrás para reírte de sus desgracias”.

Pero hay algo curioso al respecto, el público adora a Mr. Fawlty y, de alguna forma muy difícil de explicar, desearía que el pobre director de hotel se saliera alguna vez con la suya. Su creador lo resume con estas palabras: “Basil es un hombre horrible porque no tiene ningún interés en otros seres humanos como tales. Para él o bien son objetos de mofa y desprecio, o una oportunidad para mejorar su posición social (...). Tan pronto les halaga como les humilla. Ahí se puede ver lo cabrón que es (...). Pero lo extraño de la comedia es que cuando un personaje terrible hace reír, la gente acaba sintiendo simpatía por él. Si se tuvieran que sentar a su lado durante cinco minutos no podrían soportarlo. Pero piensan que, como les hace reír, en el fondo es bueno. Y no lo es”.

El diablo en persona

Girl Power


Como en muchas otras comedias televisivas, la sensatez y la cordura en Fawlty Towers es propiedad exclusiva del sector femenino del reparto principal. Aunque no se podría hablar precisamente de sensatez en el caso de Ms. Sybil Fawlty, la pobre desgraciada que un buen día decidió casarse con esa acémila de Basil. Lo primero que Prunella Scalles, la actriz que interpreta la esposa del peor hotel manager de Gran Bretaña, pensó al leer el primer guión de la serie fue, “¿por qué demonios se casó con él?”. Desgraciadamente, nadie le pudo darle una respuesta convincente. Su personaje, sin embargo, tampoco es ninguna balsa de aceite. Sybil tiende a ser cruel con su marido, seguramente por su propio bien y, aunque sin ella el hotel hubiera sido pasto de las llamas, muchas veces aprovecha su situación de superioridad dándole palique a clientes masculinos, cotilleando por teléfono con su amiga Audrey o encargando otra peluca color pelo de caballo.

Scalles fue la que sugirió muchos de los tics del personaje de Sybil, con su chirriante tono de voz y su desproporcionada risa de morsa. Booth y Cleese reconocieron que cuando el personaje estuvo definido por la actriz, “a partir del segundo capítulo”, pudieron escribir sus líneas pensando en ella. Por la maldita comedia, que distorsiona las percepciones racionales, al final Sybil parece la mala de la serie. Como reconoce Cleese, “al final todos los episodios están fundamentados en la idea de que Basil está intentando esconder algo a su mujer”. Y por el camino, el muy cabrón, que aparenta ser sumiso a las órdenes de su señora porque la teme como al mismísimo diablo, la insulta y deja sistemáticamente en evidencia. Sybil, que en el fondo sabe que lleva los pantalones, ignora a su marido y sueña con los peludos pectorales de alguno de los clientes más jóvenes y macizos.

La inevitable chica guapa.

Connie Booth interpreta a la bella estudiante de artes Polly Sherman, la eficiente y leal empleada de Fawlty Towers. Ella sirve igualmente para servir el desayuno, echar una mano en recepción o cavar un hoyo en el jardín para enterrar la última cagada, no literal, de su jefe. De hecho, la buena de Polly es la única confidente de ese despreciable tirano y, nadie sabe porqué, siempre está atenta para echarle una mano y sacarle del último aprieto en el que se ha metido. A cambio, Polly se siente como en casa en el hotel y se toma sus propias licencias con los clientes. Su química con Mr. Fawlty es fantástica y, a la vez, muy necesaria para la propia serie. Además es defensora a ultranza de Manuel y la única que habla un poquito de castellano en ese hotel. Pero para hablar de ese tema, mejor después de esta instantánea.

Barcelona's pride.

Inglis pitinglis

Todos los que alguna vez tuvimos la suerte o la desgracia de formar parte de la plantilla de un hotel británico sin saber demasiado bien el idioma local tuvimos que soportar la broma de ser comparados con Manuel, el popular camarero/botones español de Fawlty Towers interpretado por Andrew Sachs. Muchos, en silencio, nos acabamos viendo reflejados en este menudo barcelonés que sin tener ni idea de inglés, se lanzó a la búsqueda de dinero y amigos en la despiadada Inglaterra de los años 70, para acabar en el hotel más loco y desorganizado de todos. Él, sin duda alguna, es uno de los mayores incentivos de Fawlty Towers para el intrépido televidente hispano y, también, el secundario más redondo de la serie.

Manuel es un tipo con muy buenas intenciones y una permanente sonrisa estúpida que sólo los golpes de su jefe consiguen borrar. Como buen ibérico responde con un castizo “¿qué?” a la mayoría de las cosas que le dicen. Su inglés, como decimos, es prácticamente nulo y el hombre es, para qué negarlo, más patoso que un koala borracho. Su torpeza despierta una vez sí, otra también, la ira de Mr. Fawlty, que utiliza a Manuel como saco de hostias particular. Sus patrones se limitarán a excusar los malentendidos del pobre camarero con el ya mítico “he is from Barcelona”, como si hubiera tenido la desgracia de nacer ciego y sordo.

"There is too much butter on those trays".

Por si no lo han intuido todavía, Fawlty Towers es pura incorrección política. Como si no fuera poco que Fawlty insulte a su mujer y abuse de su clientela “proletaria”, el personaje de Manuel sufre las peores vejaciones imaginables para un personaje de televisión, de carne y hueso, en la Gran Bretaña de los 70. Un asunto que bien podría herir la sensibilidad de los más mojigatos miembros del gremio de camareros extranjeros en el Reino Unido. Cleese explicaba así su punto de vista con respecto al personaje de Manuel: “mi objetivo no era decir que aquel hombre era un idiota. Lo que más me molesta en muchos restaurantes británicos es que casi nadie habla inglés. Pero no quería decir que los extranjeros sean estúpidos, sino que los empresarios no están preparados para pagar salarios razonables, así que contratan a gente desesperada por hacer cualquier tipo de trabajo. Y no se molestan en entrenarles o en asegurarse de que puedan hablar un correcto inglés. Esa es la principal broma entre Basil y Manuel. Porque Manuel es una persona maravillosa que siempre está intentando hacer las cosas bien. No le puedes culpar de nada salvo de que su inglés no es tan bueno como debería. Y el único culpable de eso es Basil”.

La historia, curiosamente, es muy similar a día de hoy. En muchísimos restaurantes británicos es más fácil comer lo que uno desea hablando español (o polaco) en vez de inglés. Cuesta entender, sin embargo, el porqué de la poca presencia de personajes extranjeros en la televisión británica, teniendo en cuenta su larga historia de Estado de acogida de millones de inmigrantes. John Cleese y Connie Booth adelantaron la arquetípica figura del camarero español que no entiende ni papa de inglés a mediados de los 70, cuando seguramente el mayor auge de este tipo de sujetos en aquellas tierras ha tenido lugar a partir de lo 90. Manuel, con su bigote aznariano y su sempiterna chaqueta blanca, ya es un mito de la historia televisiva británica. Para los de esta parte del planeta, además, una referencia de cómo nos veían en el extranjero el año que murió el generalísimo. Para Mr. Fawlty una especie de cómplice imbécil. Los contínuos chascarrillos en castellano y bromas sobre la cultura española son, por cierto, una delicatesen de Fawlty Towers que sólo podemos disfrutar los que conocemos el otro lado de la leyenda. Una pena que, según Wikipedia, Manuel pasara a ser Paolo (italiano) en el doblaje español de la serie y que en Cataluña, TV3 lo revistiera de mexicano. Si yo fuera ustedes, nunca vería una sitcom inglesa doblada.

La extraña felicidad de vivir en la ignorancia.

Aparte de los cuatro personajes principales, otros tres formaron parte del casting durante las dos temporadas que duró la serie. El veterano actor Ballard Berkeley dio vida al fantástico Major Gowen, el residente más antiguo de Fawlty Towers. Un viejo gagá que jamás se entera de nada porque la edad le ha teletransportado a una lejana dimensión paralela donde todo lo que pasa es pura anécdota. La pérdida de facultades de “el Major”, sobra decirlo, jugará más de una vez en contra del Fawlty, que excepcionalmente aprecia al pobre anciano. Gilly Flower y Reneé Roberts interpretan a Miss Tibbs y Miss Gatsby, respectivamente. Un par de viejas que también residen de forma temporal en el hotel, que van siempre cogidas del brazo y forman el club de fans de Fawlty, quien (también sobra decirlo) no comparte el mismo sentimiento de simpatía por ellas. En la segunda temporada se introdujo el personaje del Chef Terry, interpretado por el tristemente desaparecido Brian Hall.



Si nos visitan los alemanes, recuerda, "don't mention the war".

(De) construyendo una sitcom

Cuando Cleese y Booth presentaron la idea de Fawlty Towers, nadie pensó que la fuera a tener éxito. Los expertos consideraban que centrar la acción en un hotel acabaría resultando claustrofóbico para la audiencia. De hecho, los primeros capítulos, emitidos entre septiembre y octubre de 1975, resultaron un fracaso de audiencia y crítica, que se suavizó en los últimos capítulos. Sin embargo, la BBC decidió repetir la serie y el éxito fue arrollador. “Ni Coney, ni yo”, recuerda Cleese, “imaginábamos el impacto que llegó a tener. Yo pensaba que llegaríamos a enganchar la mitad de la audiencia de los Python, que más que grande era una audiencia inteligente, porque Flying Circus era una comedia de ideas. Fawlty Towers era una comedia de emoción y, al final, hubo más gente que se sintió identificada con ella. Las figuras de audiencia pronto fueron mayores que las de Python. Pero nosotros no teníamos ni idea. Sólo estábamos escribiendo. Él mismo explica que “cuando haces algo original, lleva un cierto tiempo hasta que se construye el momentum”.

Para Cleese, la primera temporada de Fawlty Towers “fue una de las épocas más excitantes de mi vida. Nos sentíamos como si hubiéramos abierto la puerta de un jardín donde nadie ha cogido flores antes. (...) Habíamos entrado a un nuevo territorio. Todo lo que hicimos durante un año parecía original”. En ese sentido, la serie supuso un punto intermedio entre las sitcom más clásicas y las más modernas, de las que fue clara inspiradora, técnica y argumentalmente hablando. Aquellos que pensaban que situar la acción de una teleserie en un hotel resultaría claustrofóbico, no se imaginaban que un par de décadas después la familia Royle, por ejemplo, iba a encandilar a una buena parte del público con una comedia literalmente de sala de estar.

En su proceso de gestación se pueden entrever muchos de las técnicas de creación puramente británicas que han hecho de la sitcom en ese país un género diferente y especial. En primer lugar, los mismos actores escribían sus propios guiones, una fórmula que afortunadamente se viene repitiendo hasta el día de hoy. En un principio, Cleese escribía las líneas de los personajes masculinos y Booth las de los femeninos, pero esa tendencia acabó corrigiéndose según fueron pasando los capítulos.

El caso de Cleese y Booth como coguionistas de la serie fue, cuanto menos, peculiar. En 1976, su matrimonio se rompió, lo cual no les impidió volver a colaborar para la realización de la segunda temporada en 1979, dejando entre una y otra un paréntesis de cuatro años. Para entonces, los guiones de cada capítulo les suponían seis semanas de trabajo. “El problema que tuvimos con la segunda temporada de Fawlty Towers fue que las expectativas eran irrazonablemente altas. La gente pensaba en la primera temporada y recordaba las partes más graciosas y las establecía como si fueran la tónica general de los episodios. (...) Escribir aquellos guiones ha sido uno de los esfuerzos más grandes que he tenido que hacer nunca”.


Los malditos huéspedes sacando de quicio a Básil y llenando la pantalla de conocidos rostros de la interpretación inglesa.

Para Cleese el secreto de la serie consistía en que “los guiones eran muy buenos. (...)Un guión de la BBC para un programa de treinta minutos tenía una media de 65 páginas. En Fawlty Towers solíamos hacer entre 135 y 140 páginas por episodio. Era literalmente el doble. Los shows suelen tener unos 200 cortes de cámara, nosotros solíamos hacer 400. (...) Además estaban muy bien construidos. Connie y yo descubrimos lo que funcionaba para nosotros: nunca empezábamos a escribir el diálogo hasta que habíamos acabado la trama. A veces invertíamos hasta dos semanas y media en una trama (...). Así siempre sabíamos a donde nos dirigíamos. Algunas personas tratan de escribir comedia empezando con Escena 1 y lanzándose directamente a escribir los diálogos. Las posibilidades de llegar a un final satisfactorio de esa forma son una entre cien. Tienes que saber a dónde te encaminas mientras estás construyendo el episodio“. Cada capítulo, por cierto, suponía además unas 25 horas de edición. Lo que equivale a una hora por minuto de emisión.

El resultado del minucioso y artesanal trabajo invertido en cada capítulo fue clave a la hora de convertir la serie en una de las sitcoms más populares y, a día de hoy, más repetidas de la historia de la televisión británica. Con tan sólo una docena de episodios de vida, repartidos durante el último lustro de la década de los setenta, Fawlty Towers es el perfecto ejemplo de comedia en estado puro. Si Cleese y Booth nunca se plantearon volver en una tercera temporada es porque “no podían ganar”. Como la actriz Prunella Scalles explicó: “John y Connie escribieron las doce situaciones en las que se pueden ver envueltos los dueños de un hotel”, la mayoría de ellas parodias de anécdotas reales. En total, seis horas de carcajadas como pianos y hostias como panes.

La comedia, la farsa, la vida...

“La comedia se trata de cosas pasando a diferentes niveles. La comedia trata del conflicto”, y Cleese repite una y otra vez la palabra comedia y, cada vez que la pronuncia, le da un nuevo significado. Y luego habla de las mágicas farsas que se representaban en el Teatro Nacional de Londres. “La farsa es siempre una exageración. Aunque empieces desde algo suave, real, siempre tiendes a desmadrarte”. Y la clave del género, explica, “es la de un personaje que vive una situación trágica pero que debe mostrarse natural para con el resto de los individuos”. En eso consiste básicamente, en reírte de las desgracias de los demás, en todas las desgracias que no pueden compartir. “Lo que la mayoría de las gente no se ha dado cuenta es que Fawlty Towers es una pequeña farsa de 30 minutos, que empieza en un registro muy bajo, con situaciones reales, y acaba en otro totalmente frenético”, y mientras Cleese explica esto dibuja un arco en el aire con su dedo pulgar. Luego recuerda otro aprieto en el que metió a Mr. Fawlty y vuelve a reír.

John Cleese es un profesional entregado en cuerpo y alma a la comedia. La risa, y así es como comenzábamos esta minuciosa y extensa exégesis fawltytoweresca, es su vida. Y, con la mirada de un niño travieso, a sus más de 60 años, no le cuesta confesar que en su vida adulta nunca se ha reído más que en el escenario, haciendo reír. Y esa risa, explica, es la más gratificante de todas y provoca la misma sensación de placer que la de ser niño y reírse en la iglesia, que es algo excitante precisamente por ser prohibido y porque puede acarrear el castigo más severo que un crío pueda imaginar. Porque el arte de hacer reír, la comedia, el humor debiera ser libre y no tener límites ni cortapisas. Porque uno se puede reír de la torpeza de un camarero español que no sabe inglés y es maltratado físicamente por su patrón, de una panda de alemanes que perdieron una guerra mundial (llamándoles cabrones por el camino), de una señora que sólo es sorda cuando le conviene, de una rata que se esconde en la caja de galletas para el queso o de la aventura de esconder un cliente que se ha muerto en una de las habitaciones del hotel que regentas, sin que cunda el pánico entre el resto de los huéspedes. Porque, ya explicábamos, la tragedia humana hace reír o llorar y, puestos a elegir, reír hasta llorar, hasta sentir un dolor agudo en el estómago es una sensación tan maravillosa que dejar un par de cadáveres en el camino es sólo un mal menor. Como aquel personaje de Gila al que le mataron al hijo en las fiestas del pueblo, mientras haya carcajadas, el sacrificio bien habrá valido la pena.

Esta vez me lo he cargao.

(La dirección pide perdón por los dos días de retraso. El jueves 6 de marzo, esperemos, más sitcom inglesas en guasíbilis)

2 comentarios:

Mycroft dijo...

Una de las mejores sitcoms de la historia, cleese supo cortar a tiempo!

El Txarro de las Calaveras dijo...

Basil estaría en total desacuerdo con la imagen que este post le atribuye, pero apuesto que Cleese estaría encantado de saber que unos españoles manuelescos vivieron en sus carnes su ficción y su comedia con una sonrisa en la boca y como Manuel, supieron ganarse al público.