jueves, 27 de marzo de 2008

La Españita


En mi retiro espiritual por tierras del Norte, me encuentro con la triste noticia de la muerte del guionista de cine español Rafael Azcona. Logroñés ilustre, escritor entre líneas, cronista de la España pretechnicolor de la posguerra y, también, del cinismo tardofranquista, predemocrático y posdemocrático. En las muchas necrológicas publicadas ayer se insistía en cuatro películas de las muchas en las que participó: El Cochecito, El Pisito, Plácido y El Verdugo; cuatro episodios nacionales, que bien podrían ser seis, ocho o veinte, pero que en guasíbilis dejaremos en cinco.


En El Pisito (Marco Ferreri, 1959), el personaje de Rodolfo, interpretado por el incombustible e insustituible José Luis López Vázquez, se ve obligado a casarse con doña Martina, la dueña anciana del piso en el que vive. La idea es que cuando muera el carcamal, Rodolfo heredará el inmueble y podrá darle a su novia Petrita la vida que se merece. Ésta, lejos de escandalizarse por el compromiso que su novio va a contraer, anima a Rodolfito a seguir adelante con el plan. A él, de todas formas, no le costará hacerse a la vida de casado: trajes a medida, comilonas, copazas de whisky importado en el Pasapoga, cafés con leche y tabaco rubio. A ver si pensaban que encontrar piso en Madrid era más fácil hace 50 años que ahora.



Un año después, y de nuevo bajo la dirección del italiano Ferreri, Azcona dibuja la historia del taciturno don Anselmo (interpretado por el magnánimo Pepe Isbert), un jubilado ninguneado por su familia, que no puede seguir el ritmo de sus amigos (lisiados, mancos, cojos, tullidos), que van a merendar a la sierra montados en sus flamantes cochecitos motorizados para minusválidos. Don Anselmo se empeña en que su familia le compre un cochecito, pero su hijo, el procurador don Carlos, se opone rotundamente. "Los viejos son como los niños, don Carlos. No hay que hacerles mucho caso", le recuerda al procurador el médico de la familia.

Cuando uno oye el título de El Cochecito piensa en automáticamente comedia, en risas garantizadas (que las hay), en una consecución de gags... Pero la realidad de la película, como la de la época, es otra, mucho más oscura e inquietante, tenebrosa y cruel. El final del que Azcona se sentía más orgulloso, el de esta película, fue recortado por las tijeras censoras de un régimen que premiaba la cultura mediocre. Seguro que se preguntan si Anselmo se salió con la suya y acabó yendo a la sierra montado en un cochecito para minusválidos acompañado de su troupe. Para que se animen a verla, de todas formas, diré que la nietísima de don Anselmo es la genial Chus Lampreave (indiscutible icono guasíbilis) y su prometido, cómo no, José Luis López Vázquez.


Sin perder la mala leche, aunque haciendo mayores concesiones a la comedia, Azcona firmó en 1961 el guión de la superior Plácido, dirigida por el valenciano Luis García Berlanga, que desde entonces y para siempre sería el director fetiche de los guiones del riojano. Hace unos años, en mi anterior blog, escribí esta humilde reseña sobre una de las más grandes películas españolas de todos los tiempos. El día de nochebuena, el bueno de Plácido (interpretado por Cassen) tiene que pagar la primera letra de su motocarro. La "ciudad de provincias" en la que vive celebra, además, la campaña "siente un pobre en su mesa". Mientras la burguesía local limpia su conciencia dando de cenar a un pobre en nochebuena, Plácido recorrerá todos los estamentos burocráticos imaginables para pagar la letra del dichoso motocarro.


El resultado de la primera colaboración de los Lennon/McCartney del cine español fue una despatarrante comedia ácida llena de personajes maravillosamente miserables y de muchísimas caras conocidas del cine español de todos los tiempos; entre las que no podía faltar José Luis López Vázquez, en el papel de Gabino Quintanilla, "el hijo de Quintanilla, el de la serrería".


Dos años después, Azcona y Berlanga repetirían colaboración en El Verdugo, otro de los pesos pesados del cine español. Nino Manfredi interpreta al enterrador José Luis Rodríguez, que por una cuestión de olvidos acabará enamorado de Carmen (la recientemente fallecida Emma Penella), hija de Amadeo (Pepe Isbert), verdugo de profesión. Una vez más, a cuenta de un piso en Madrid, José Luis se comprometerá a suceder a su suegro como funcionario encargado de dar el garrote vil a los condenados a muerte. La nueva profesión de José Luis le proporcionará a la familia el merecido piso de protección oficial, además de unas vacaciones en la isla de Mallorca a cuenta del estado. Pero el régimen no "daba duros a pesetas", amigos. Ser o no ser (verdugo), esa es la cuestión.


La Escopeta nacional (1978) fue otra de las memorables colaboraciones entre el director valenciano y Azcona. Con Franco muerto y el país enfrascado en un esperanzador y cauto proceso de renovación democrática, el dúo fantástico no iba a dejar de meter el dedo en la llaga de las miserias morales del país y la clase política, los títulos nobiliarios y la burguesía. José Luis Sazatornil es el empresario catalán Jaume Canivell, que acude a una caza en la finca del Marqués de Leguineche (Luis Escobar) con el único objetivo de conseguir que el ministro Don Álvaro, Antonio Ferrandis, se haga partícipe de su negocio de instalación de porteros automáticos.

Además de un desnudo integral de una joven Bárbara Rey, que luce cuerpo serrano, atada a una cama; sabemos que el marqués colecciona bello púbico de señoritas, que su hijo (otra vez José Luis López Vázquez) es un insufrible pajillero, que los empresarios catalanes, por encima de todo, siempre tienen una prioridad en su cabeza: los negocios y que el destino del país se puede dirimir comiendo perdices entre batida y batida. Si no la han visto no se la pierdan, pueden estar ante el mejor tratado audiovisual sobre el cinismo de toda la historia del cine.



El guionista

Uno se da cuenta, cuando escribe sobre alguien tan grande como Azcona, que es demasiado fácil caer en el tópico. Sin embargo, poco importa la forma que parezcan tomar la palabras cuando todo lo que se pudiera decir sobre este guionista es poco. Al saber de su muerte, uno siente que muere un pedazo de historia. La historia de la que él fue cronista excepcional, en una época en la que la realidad estaba demasiado mal como para ser contada en el cine.

La España de Azcona vivía en la miseria y estaba llena de gente miserable y otra que no le quedaba otro remedio que comulgar con aquello que le imponían los curitas y los señoritos; los dones y las doñas. Pero no se sacan demasiadas lecturas políticas de sus guiones, sino sociales. El pisito y el cochecito, y la copita de anís después de comer, don Pablito, don Julito y doña Martinita, el cotidiano cigarrito rubio y el purito de las ocasiones especiales son los símbolos de unos años en que las desigualdades eran tan grandes que, para unos o para otros, podía resultar de mal gusto hacer bromas al respecto. La España de Azcona lo era en diminutivo, porque era de pueblo y el color negro imperaba sobre todos los demas, y porque había que tener sentido del humor para aguantar sus miserias. Su cine, ahora en crísis, ha perdido a su más grande guionista. Espero que los que aspiran a sustituirle se encarguen de mamar de sus películas. A lo mejor así alguno logrará llegarle a la suela de sus zapatos.

2 comentarios:

Emilio Calvo de Mora dijo...

Micronesia me ha llevado a usted, sr. Un gustazo. Compartimos mucho en muchas cosas. Un abrazo.

lutxo dijo...

Está usted en su casa, don emilio. Otro abrazo para usted.