Desde este verano tengo un sueño que se repite. Estoy sobrevolando el Pacífico. Mi destino es Sidney, o acaso mi punto de partida. No lo sé, pero Sidney es el principio o el final de mi viaje. O ninguno de los dos, porque repentinamente atravesamos unas terribles turbulencias. Sobrevolamos algún punto del Pacífico Sur y no importa si vengo o voy a Sidney. Estoy en un avión y según avanzamos, el cuadrante de cielo donde me encontraba hace un segundo es sólo vacío. Caemos y el océano está cada vez más cerca. Así que, por un momento, no importa realmente de dónde venga ni a dónde me dirija. Me pongo la mascarilla del oxigeno, me olvido del comic que tengo entre las manos y cierro los ojos. Aunque nunca haya tenido miedo a volar, desearía abrirlos y poder estar en cualquier otra parte. En cualquier otro sitio que no esté en movimiento, en caída libre sobre el Pacífico. Pero sigo en mi asiento de clase turista acongojado por la sensación de pérdida de altura, por el zumbido que sube por los pies y llega hasta los oídos. Entonces rezo, aunque no creo en Dios ni creo que nadie me esté escuchando. Mantengo los ojos cerrados y trato de apretar un párpado con el otro con la mayor fuerza posible. Y pierdo el conocimiento y, en realidad, todo ha pasado en menos de 30 segundos. Cuando vuelvo por fin en mí y puedo abrir los ojos, estoy en otra parte… Sano y salvo, por el momento. Muy, muy lejos de cualquier sitio donde haya estado antes.
El 22 de septiembre de 2004, Hugo Reyes (Hurley para los amigos) consigue embarcar por lo pelos en el vuelo 815 de la compañía Oceanic Airlines, con salida en Sydney y destino Los Angeles. Hugo se había quedado dormido, pensaba que nunca llegaría a tiempo para coger el vuelo, pero una auxiliar de tierra le deja finalmente pasar. Cuando por fin toma asiento en el avión se siente aliviado. “Por fin un poco de buena suerte”, piensa. Con la sonrisa del que acaba de lograr un pequeño triunfo en una larga cadena de sonoros fracasos, Hugo se calza los auriculares de su discman y, tras elegir un disco, abre las páginas de su cómic book de Flash y Linterna Verde. No sabe que en ocho horas, el avión en el que viaja estará cayendo en picado sobre el Océano Pacífico. El azar es casi siempre así de caprichoso. Pegado a su asiento, Hugo espera el impacto… ¿final?
Hoy en guasíbilis, ya lo habrán adivinado, la cosa va de aviones que caen, cómics, ensoñaciones, islas misteriosas del Pacífico Sur y viajes en el tiempo.
38 años atrás, el vuelo 714 procedente de Londres y con destino Sydney realiza su última escala en el aeropuerto de Kemajoran, en Yakarta. Quién sabe si por destino o casualidad, el periodista belga Tintin y sus amigos, el capitán Haddock y el profesor Tornasol (sin olvidarnos de su inseparable perro Milú), todos tripulantes del vuelo 714, se encuentran con un viejo conocido en Kemajoran: el comandante Pst, que ahora trabaja como piloto para el empresario multimillonario Laszlo Carreidas. Las habilidades humorísticas de Tornasol y la buena reputación de Tintin bastarán para que el excéntrico millonario invite al grupo de amigos a viajar hasta Sydney en su jet privado, el recién construido Carreidas 160. Desgraciadamente, el perverso secretario de Carreidas, Spalding, tiene sus propios planes. A través de una ventana del jet que acaba de ser secuestrado por Spalding y parte de la tripulación, Tintin observa una isla remota en el océano, y en la isla una pista de aterrizaje que no parece suficientemente larga como para que el avión vaya a salir ileso cuando llegue a tierra.
La majestuosa y remota isla volcánica de Pulau-pulau Bompa está ocupada por el pérfido Rastapopoulos y su cohorte de maleantes, que pretenden sonsacar a Carreidas el número clave de una cuenta bancaria en Suiza donde el empresario tiene guardados dos millones de dólares. Y, de paso y por sorpresa, deshacerse de Tintin y sus amigos, que en más de una ocasión en el pasado ha conseguido desbaratar los maléficos planes de Rastapopoulos.
En la isla, Tintin y sus amigos son conducidos a una especia de bunker, construido seguramente por los japoneses durante la segunda guerra mundial. Cualquiera que conozca las aventuras del astuto periodista belga sabrá que éste y sus amigos no tardarán en salir de ahí.
El grupo secuestrado encuentra por fin escapatoria. Pero no hacen caso a las observaciones del sabio profesor Tornasol, que no por ser sordo como una tapia significa que esté chalado. Su péndulo demuestra que la isla emana un anormal, poderoso e inquietante campo electromagnético.
Los que quieran saber el final de la historia y descubrir el misterio que esconde la isla de Pulau-pulau Bompa deberán leer este álbum de Hergé que pueden ver más abajo. Seguramente no sea la mejor aventura de Tintin, pero sí una de las más interesantemente paranormales. Y tiene un parecido más que razonable con el argumento de la serie Lost, que hoy comienza su cuarta temporada en la cadena norteamericana Abc.
Mientras Jack, Kate, Locke y compañía viajaban en el vuelo 815 (un Boeing 777) con salida de Sidney, Tintin y sus amigos hacían lo propio en un Boeing 707, como podemos ver en la primera viñeta de este post; el vuelo 714 con destino a Sidney. Sea como fuere todos acabarán en una misteriosa isla del Pacífico que alberga un montón de secretos difíciles de concebir. Nadie podría decir que todos hayan estado en la misma isla, pero ya sea la casualidad, ya sea el destino, ambos pedazos de tierra parecen tener una personalidad muy parecida.
Vuelo 714 para Sidney es, por cierto, el album 22 de la biblioteca Tintin. Que los fans de Lost saquen sus propias consecuencias numéricas. Si Hurley hubiera ido leyendo este album en vez del comic de Linterna Verde el prestamo de ideas tal vez hubiera sido demasiado evidente.
A falta de unas horas tan sólo de que los afortunados televidentes norteamericanos disfruten en exclusiva del primer capítulo de la cuarta temporada de Lost, el que esto escribe reserva el pertinente espacio en el disco duro de su ordenador para descargar cuanto antes este hito de la televisión de culto. Desde que los capítulos de la tercera temporada se fueron evaporando el pasado verano la espera ha sido demasiado dura y Vuelo 714 para Sidney y zarandajas por el estilo sólo han sido metadona para un organismo acostumbrado a esa heroína pura que es la mitología de Perdidos. Mañana espero volver a la isla, charlar un rato con Kate bajo la sombra de una palmera y esperar a los malos, sean quienes sean, con un cuchillo entre los dientes.
Hasta entonces, una vez más me tocará soñar con aviones que se desploman sobre el Pacífico.
2 comentarios:
Debió avisarme de su vuelta!
Ahora tengo tranajo pendiente en revisar su rincón!
Me alegro de "verle"!
Pd. No cabe duda, yo también soy fan de lost.
No le he avisado porque ando "reacostumbrándome" a la rutina bloguera.
Tenía que ser usted el que inaugurara los comentarios! Como siempre, muchas gracias.
Un saludo!
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