lunes, 21 de abril de 2008

Skyline

"I want to be a part of it."

En el mismo instante que se abren las páginas de Nueva York: La vida en la gran ciudad, uno puede oír el rugido de la urbe: los gritos de algún lunático anunciando el Apocalipsis, el claxon de los coches que aguardan la luz verde, el rap que suena en el radiocassete estéreo de un negro con gorra y pantalones anchos; y puede oler las especias de los hot-dogs de dos dólares noventa y nueve peniques de la esquina, el sudor concentrado en un vagón del metro una tarde calurosa de mayo o sentir los golpes en los hombros de la marabunta que serpentea por las infinitas avenidas de Manhattan. Mientras tanto, Will Eisner (1917 - 2005), el autor, aparece intermitentemente, de espaldas, en los rincones de las páginas, camuflado entre el humo, los coches, los edificios y la gente; casi invisible, como muchos de sus personajes, como si él mismo fuera uno de esos garabatos que se dibujan en los márgenes mientras viene la inspiración.

El brooklingtarra Eisner fue un artista entregado a su ciudad, Nueva York, que dedicó una parte muy importante de su extensa obra a estudiar los hábitos de la urbe en la que creció, sus manías y leyendas, universalmente conocidas a través del cine, la televisión y la música. Su última obra publicada en España recopila cuatro novelas gráficas dedicadas a esa comunidad disfuncional de ocho millones de habitantes: Nueva York: La Gran ciudad (1981), El edificio (1987), Apuntes sobre la gente de ciudad (1989) y Gente invisible (2000). En conjunto, las cuatro novelas hacen las veces de tratado sociológico sobre la vida en la gran ciudad. En palabras del propio autor: "La gran ciudad tal y como la ven sus habitantes es lo que realmente importa. El verdadero carácter de la ciudad se encuentra en las grietas de sus suelos y alrededor de los elementos más pequeños de su arquitectura, donde la vida diaria se arremolina. (...) Ya que crecí en Nueva York, su arquitectura interna y los objetos que pueblan sus calles se ven reflejados en esta obra de modo ineludible. Pero también conozco muchas otras grandes ciudades, y lo que aquí expongo pretende ser aplicable a todas ellas".

¿Vandalos?

¿O artistas?

Como el cine de Chaplin, el comic para Eisner es un "arte eminentemente visual". En Nueva York: La gran ciudad, la obra más antigua de las cuatro recopiladas, los dibujos de Eisner, siempre apunto de salirse de las páginas, tienen suficiente movimiento, naturalidad y expresividad como para llevar por sí solos el ritmo de la acción. Eisner usa las viñetas o se olvida de ellas a su antojo. La historia por contar es la que determina el diseño de cada página.


Los buzones, las bocas de incendio, las farolas, los cubos de basura, los desagües, las paredes, las escaleras de entrada a los edificios, los vagones del metro y los taxis de la Gran Manzana son los protagonistas accidentales de la vida de los habitantes de la gran ciudad. Y junto al mobiliario urbano, los sonidos y los aromas que nos golpean en la cara cuando abrimos las páginas del libro intervienen en los romances, las horas de sueño, las conversaciones, discusiones y momentos de paz de los ciudadanos. Esa sinfonía de voces, ruidos, gritos, colores, sabores y paisajes se apropia de lo cotidiano, lo transforma, lo reinventa. Nueva York: La gran ciudad es la obra más costumbrista de las cuatro y, a la vez, la mejor introducción a lo que queda por venir.

Piensen en su ciudad, o en su pueblo, en esa comunidad que consideran su casa, y piensen en los lugares por los que pasan todos o casi todos los días. Piensen en la gente que siempre espera en los mismos sitios, en los músicos callejeros que siempre iluminan con sonidos la misma esquina, en los lugares que por costumbre se han establecido en punto de encuentro entre usted y los suyos. Piensen en la arquitectura que conocían y que el paso del tiempo, los políticos, los constructores y, en fin, el dinero se encargaron de borrar. Yo recuerdo, por ejemplo, los cines Ideales de Bilbao, que fueron un templo personal del séptimo arte donde reí, lloré, sufrí, dormí, esperé a mis amigos, besé a mi chica y pasé millones de veces borracho de vuelta a casa... y que acabó desapareciendo un día del verano en que dejé la ciudad, para convertir el espacio que ocupaba en otro edificio, destinado a otras funciones y que inevitablemente generará otras historias. Si ustedes pueden pensar en algo así, estarán delante del edificio que protagoniza la segunda novela gráfica eisneriana recopilada en la obra que hoy reseñamos.

El Edificio es una historia de vidas cruzadas, la historia de nuestro verdadero hogar dentro de la gran ciudad, de la dependencia que una pieza de arquitectura de la urbe puede proyectar en los ciudadanos que buscan allí su cobijo para protegerse de la lluvia, esperar a su amor secreto, limpiar las heridas del alma o compartir su pasión por la música con el resto de los desconocidos que pasan por allí diariamente. Eisner cuenta que la vida de los habitantes de la ciudad corre paralela al aspecto físico de esta, que las sensaciones que despertaba un mamotreto de cemento de quince plantas permanecen suspendidas en el aire, aún cuando el edificio ha desaparecido y ha dado paso a la construcción de otro, más alto, funcional y moderno.

Los mismos derroteros argumentales y sentimentales comentados hasta ahora se reproducen en Apuntes sobre la gente de la ciudad y Gente Invisible; aunque cada obra tiene sus matices, su personalidad, su terreno de investigación sociológica. La primera de estas dos continúa interpretando en clave de cómic la vida frenética de Nueva York, la personalidad de sus avenidas flanqueadas por rascacielos, la indiferencia de los ciudadanos ante el sufrimiento de sus semejantes, la extraña convivencia entre la riqueza y la pobreza más extrema. Pero Eisner también realiza disquisiciones pictóricas sobre las percepciones del espacio y del tiempo, alteradas por el ritmo de vida de la urbe; y se fija en las calles airadas que no saben recibir a los viajeros y la incomodidad de las calles vacías; en la soledad, la invisibilidad...

Y precisamente es la invisibilidad el tema que el maestro Eisner elige para la novela gráfica que cierra esta tetralogía. En la ciudad vertical por antonomasia, centro financiero mundial, ubicación de muchos de los grandes organismos internacionales, localización de millones de películas e historias míticas y residencia de algunas de las mayores personalidades políticas, deportivas y artísticas del planeta; conviven, además, miles de olvidados, de hombres y mujeres invisibles. Gente que acabó en la calle por la inercia que imprime la vida en la gran manzana. Los apartados. Gente Invisible narra las historias de tres hombres a los que la vida arrebató el nombre y los apellidos; gente a la que hay que señalar con el dedo cuando se les quiere hacer referencia.

En muchas páginas de cualquiera de las obras recogidas en esta antología neoyorquina, Eisner esboza la relación del hombre con el hombre en el contexto urbano. En numerosas ocasiones, las personas que presencian un atraco devuelven a la víctima una mirada esquiva de indiferencia. "En la ciudad (...), los individuos que componen esa masa informe de humanidad que fluye por ella resultan invisibles unos a otros", comenta el autor en la introducción que dedica a uno de los tres relatos de Gente Invisible. "El mero hecho de existir encerrado en una prisión de tristeza o ir a la deriva en un mar de perdidas irreparables, de desastre emocional, de dolor sin remisión o de soledad, requiere de la protección de la invisibilidad. Es una forma de sobrevivir in vitro."

Eisner comienza hablando, pues, de lo costumbrista y acaba sumiéndose en las entrañas más miserables de la gran ciudad. Y la metrópolis, parece querer decir, es el cenit de la insolidaridad, de la inhumanidad. "Los moradores de la ciudad esquivan esas ruinas humanas que ven en los portales y grietas que les rodean. (...) Esta dinámica reduce a la nada toda esa gente a cuyo lado pasamos en la calle". Sin embargo, su obra, que quiere reflejar la vida en la ciudad, no se olvida de los apartados, de "las ruinas humanas".

La ciudad de Eisner, como decía Atxaga en un video que pasamos por aquí, es de todos y no es de nadie. Su Nueva York está lleno de negros, irlandeses, wasp y judíos; brokers de Wall Street, artistas callejeros, poetas desconsolados y amas de casa. Todos ellos espiados desde algún rincón por el dibujante, que es, a su manera, un ciudadano invisible más. La ciudad de Eisner está compuesta de tantos habitantes y tantos sentimientos que uno, sin haber cruzado nunca el Atlántico, pronto recuerda las referencias vistas a priori sobre la Gran Manzana y se siente como en casa, caminando por las calles plagadas de gente, sintiéndo los golpes del resto de transeúntes en los hombros. Y cuando uno cierra el libro, la ropa huele a fritanga y a calle, y en los oídos retumban los acentos, las bocinas de los coches, el ruido de una taladradora; y cierras los ojos y puedes ver los edificios que tocan el cielo, el metro que se escapa, la chica de los pelos rosas y pendientes en las cejas, el policía que corre detrás del ladrón, la gente haciendo cola en la puerta de los teatros, los olvidados durmiendo entre cartones, los taxis, el humo, un disparo... la gran ciudad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya con la ciudad... hoy cuando salga por ahí a dar una vueltilla tenemos, aparte de un clima veraniego, el día de san jordi; libros y rosas. Rojos como las flores pero borrachos como diablos también tenemos a los putos ingleses que vienen a pelar al barca. Lo mejor, y ya se cuan culé eres, es que el barca no tiene casi posibilidades, y si pasa, sería un campanazo. Voy a salir a regalarle una rosa a un inglés y tomarme una birra con una catalana... ya podía.
Una abrassada conpay!