miércoles, 30 de abril de 2008

El blanco humo de la rueda por Demian

¡Practíquenlo con su camello de confianza!


Las pequeñas ruedas de mi scooter surcaban el caliente asfalto de los caminos de la huerta. Julián y yo volvíamos de “pillar”. Eran las cuatro de la tarde de un sábado cualquiera en aquel tranquilo pueblo. Iba a ser mi primera vez, en aquel parque en construcción, delante de las vías del tren y con el cálido aliento del Sol en la Costa Blanca, meciendo nuestras neuronas. Al prender el mechero sobre aquella masa marrón, por ponerle un color, el olor a neumático impregnó nuestras precoces pituitarias. Julián deshacía aquella piedra con destreza. Todos nos fuimos transmitiendo aquella tecnología de liar. Al aspirar el humo de aquella manufactura, blanco y denso, nuestras cabezas se convertían en peceras. Y una pegajosa sustancia iba impregnando nuestros conectores mentales. Nos reíamos, el viento en la moto nos hacía unas cosquillas deliciosas, y con los duros que llevábamos en el bolsillo aterrizábamos en los recreativos. Y allí le dábamos rienda suelta a la vida. Comenzaba la época del trapicheo, las primeras borracheras y Extremoduro.

Escondíamos nuestros vicios al escándalo de nuestros progenitores. Pero las pupilas dilatadas, el hambre desmesurada y la desidia vital nos delataban. En la Glorieta del pueblo a las siete y media de la tarde, en un árbol centenario sobre una acequia a las cuatro y media o en una vía muerta de la estación de tren eran los momentos de adquirir nuestro vicio. Por aquel entonces la Policía Municipal nos perseguía entre naranjos y bancales. Las motos nos transportaban de acá para allá. Los rebeldes sin causa del instituto formaban sociedad. Y un par de ellos, entre los que había el hijo de una próspera sucursal de banco, pagó una multa con un billete falso de 10.000 pesetas en las mismísimas dependencias de la autoridad, y se fueron de cañas con las vueltas.

Viejas reivindicaciones hechas pegatinas.

También surgieron conflictos y peleas, solidaridades y deudas propias de nuestra incipiente vida de yonkis del hachís. Por aquel entonces llegaba a nuestras vidas una alternativa a las discotecas y las pastillas, al tecno, al progressive, al house y a todo aquello, tan dominante en nuestra sencilla comarca, a un mar Mediterraneo pegada. Conciertos de punk, porros, cerveza, sudaderas, kalimotxo, potadas en los portales. Y hasta tripis y speed. Consignas a favor de: Cuba, el Ché Guevara, los milicianos de la Guerra Civil, los anarquistas, el aborto de la gallina, los comunistas, la Unión Soviética, la CNT y ún largo etcétera. Todo mezclado con vasos de Coca-Cola con vino. Cada uno iba fabricándose una idea de las cosas. Aparecieron las primeras guitarras en la pandilla. Nos llegaba muchísima música de Euskadi, fuímos la segunda genereación; la que vimos los restos de “El Pico” de Eloy de la Iglesia. Nos pasó de cerca pero la heroína se había llevado por delante más de media quinta en los ochenta. Y no iba a ser nuestro turno. La cosa había cambiado en la vía para tenernos bien entretenidos.

"España, ja sóc aquí." (Hablando catalán en la intimidad)

José María Aznar llegaba al poder, aupado por el PNV y CiU, en la firme creencia de que llegaría la regeneración democrática. La derecha peninsular cerraba filas apoyada en la desmesurada avaricia de sus compañeros de barco parlamentario-capitalistas. En tan sólo una década ya habíamos conocido las posibilidades del terrorismo de estado. Las capacidades paramilitares de la democrática y simpática monarquía parlamentaria española. La corruptela, la malversación de fondos públicos. En definitiva, a esos los gobiernos socialdemocratas que robaron al pueblo en las cooperativas de vivienda. Así, conocimos las mieles del cambio. Los delegados de Gobierno nos enseñaron a cara de perro lo que era la represión en los años noventa. Periódicos cerrados. Comenzó la persecución de determinadas opciones políticas que habían quedado fuera del sistema, y se procedía a su criminalización y exterminio. Por todas partes la resistencia se iba resintiendo, caída en el olvido de una sociedad que abrazaba el mercado, el dinero que llegaba de Europa, y como pobres bienpagados comenzábamos a vivir como Dios manda. O eso parece.

Sin demasiadas referencias nos aferramos al instinto más que otra cosa para no sucumbir en espíritu a todo aquello. Pasamos de vestir marcas y nos pusimos de chándal y sudadera de mercadillo. Pasábamos del ocio de centro comercial nos buscamos nuestros espacios, o los construimos de cero. Rechazábamos la injusta autoridad que se nos imponía y cada cual buscó o no en los libros cómo habíamos llegado a todo esto.

lunes, 28 de abril de 2008

¡El auténtico anunciado en T.V!


Aunque normalmente me vuelvo apasionado con lo que aquí se publica, creo que no exagero si digo que ver el video de ahí arriba (visto hace poco en algún programa de zapping y humildemente subtitulado por un servidor) les va a proporcionar uno de los minutos más placenteros del día. Muchos, después de verlo, seguramente recuerden la chocante escena de Bowling for Columbine en la que James Nicols, hermano de Terry Nicols (uno de los dos imputados por la masacre del edificio Alfred P. Murrah en Okahoma en 1995, 168 muertos), muestra al director Michael Moore (fuera de cámara) cómo, efectivamente, guarda una magnum de 44 milímetros bajo su almohada. En un principio, cuando Nicols sugiere tal delirio, Moore le responde: "vamos hombre, eso es lo que dice todo el mundo". Imagino que Terry Nicols será de esos clientes que ya tienen un "The Back Up" para cada lado de la cama. Al fin y al cabo, como él mismo dice, "nadie me lo puede negar, es mi derecho constitucional".

Echando un vistazo a la historia americana más reciente uno también recuerda, al ver este bonito telecomercial, episodios como la matanza del campus de Virginia Tech (32 muertos), el famoso francotirador (al final se decubrió que eran dos los asesinos) que abatió más de 10 personas en los estados de Maryland y Virginia en octubre de 2002, el otro francotirador de Virginia que al año siguiente acabó con la vida de tres personas, la misma masacre de Columbine o cualquier otro episodio similar.

Aunque el tema de las armas está más que trillado a estas alturas, a uno no le dejan de sorprender videos como el expuesto. Supongo que tener un "sujeta-armas" entre el colchón y el somier es una imagen tan folclórica en Estados Unidos como en España puede serlo tener un vestido de faraláis en el armario. Es un tópico, pero ocurre, especialmente en determinadas zonas del país. La idea es siniestra, delirante, aberrante, da miedo... pero provoca la risa floja. Especialmente en formato anuncio de teletienda, que es un género que triunfa especialmente en las madrugadas y que se caracteriza por vender de una forma descaradamente burda, pero seguro que efectiva, productos inútiles y de baja calidad (de esos que nunca se utilizan más de dos veces) a gente, pues eso, que ve la tele por las noches.

Seguro que alguna vez pensó, hace años, adquirir la gama completa de cuchillos Ginsu o uno de los muchos limpiadores milagrosos para cualquier tipo de superficies que llevan décadas copando la teletienda. Después de aquellos aparatos que apoyabas en la tripa y que sustituían de una vez por todas los bancos de abdominales vinieron aquellos que sacudían impulsos (o descargas eléctricas) y moldeaban las curvas de la gran Norma Duval. Ahora, podemos ver en las madrugadas de La Sexta el Yes-extender (¿?), que supuestamente es muy fácil de colocar, muy cómodo y alarga la polla ("quien dice que el tamaño no es importante, miente"). Después del Back Up juro no volver a escandalizarme con nada.

Por cierto, no dejen de visitar la página web comercial de The Back Up, especialmente su sección FAQ (frequently asked questions), en la que se nos explica, entre otras muchas cosas, porqué es mejor usar una escopeta antes que una pistola.

jueves, 24 de abril de 2008

Verbalizando

"Ya te lo dije."

Parece que algún mandamás televisivo español ya se ha puesto las pilas. Hoy se inaugura en el canal digital FOX la cuarta temporada de Lost, motivo de obvia enhorabuena para todos aquellos que veais (craso error) la serie doblada al castellano. Curiosamente, los que seguimos Lost en inglés, echando mano de las descargas directas, también podremos disfrutar hoy del noveno capítulo de la cuarta temporada. Ya saben que por aquello de la huelga de guionistas de Hollywood, sólo se pudieron emitir ocho de los dieciséis capítulos planificados para esta tanda. Hemos tenido que esperar un mes y pico, pero Kate (ay, Kate) y los demás supervivientes están de vuelta. Así que todos deberíamos estar contentos, muy contentos...

Tiene algo la cuarta temporada de Lost que le ha vuelto a insuflar vida a la serie. Es lo suficientemente reveladora como para rescatar a todos aquellos fieles que pensaron que muchas de sus preguntas jamás tendrían respuesta y, a la vez, lo suficientemente ambigua como para que muchas de las dudas sigan flotando en la densa y pegajosa atmósfera del Pacífico Sur. Obviamente, según se despejan unas dudas, otras van apareciendo en el horizonte. Pero la clave espiritual de esta cuarta temporada, lo que la diferencia del resto, es lo que algún personaje (precisamente en el capítulo 8, el último emitido en inglés) llega a verbalizar.

Los guionistas han dado un salto casi mortal. Después de años sin soltar prenda, apuntando las cosas que nos querían decir con el dedo, esperando que nosotros descifráramos o asumiéramos algunos de los enigmas centrales de la trama; por fin se pronuncia la frase que todos habíamos esperado oír alguna vez. Propondré un símil para tratar de explicarme. Imaginen una pareja de adolescentes enamorados. Después de meses cogiéndose tímidamente de la mano, de algún besito furtivo en la mejilla y algún paseo por el parque; al varón le entran ganas de tocar teta y todo lo que sigue. Así que un buen día, sentados en el banco, comiendo una bolsa de pipas, al chaval le da por decir aquello de "pichurri, te quiero".

Bien, ambos lo sabían. Pero hay cosas que son tan obvias que a veces da vergüenza decirlas. Hay cosas que sólo excitan cuando quedan por verbalizar, cuando todavía son (parecen) un enigma y están envueltas en un mágico halo de ambigüedad. Algunas chicas, sentadas en ese banco, destrozarían entre sus dientes la última pipa, se levantarían y dejarían a su enamorado compuesto y sin teta. Otras respirarían aliviadas pensando, "por fin lo ha dicho, por fin se han cumplido mis sospechas", suspirarían y se entregarían en brazos de su macho.

La verdad es obvia y ha de ser verbalizada en algún momento. Porque verbalizar supone confirmar, hacer saber que todos estamos hablando de la misma cosa; pero también trazar una ralla en el suelo que dice: "a partir de aquí ya nada volverá a ser lo mismo". Cuando una serie de televisión lleva viviendo casi cuatro años de la ambigüedad, al verbalizar alguna cosa que todos sabíamos o nos imaginábamos, a algunos seguidores se les pondrá la cara roja de vergüenza y dirán "vaya mierda". Pero esto es "el principio del fin", amigos. Al menos, ese es el título del primer capítulo de la cuarta temporada. Y para terminar lo que se empezó con un accidente aéreo, hay que trazar de una vez por todas la ralla en el suelo y decir: "quédense en tierra todos ustedes, cartesianos beligerantes porque a lo mejor no se habían dado cuenta, pero esto es una serie fantástica (no como adjetivo calificativo, sino como género narrativo)".

Espero haber sido lo suficientemente ambiguo para los que no hayáis visto lo emitido hasta ahora en la cuarta temporada. Y espero que los que ya la hayáis visto sepáis de lo que hablo. Por cierto, no quisiera invitarles a que continúen disfrutando de la serie sin cagarme en algún redactor de El País. En el reportaje "Más perdidos que ayer, pero menos que mañana", la redactora Carmen Pérez-Lanzac demuestra que si ha visto algún capítulo de la serie, seguramente no prestó demasiado interés. Primero establece una serie de dudas pendientes, la primera de las cuales es "¿Por qué hay y cómo ha llegado un oso polar a una isla en pleno Pacífico?", y yo me pregunto, ¿es realmente importante saber el origen de los jodidos osos polares después de ver tres temporadas de locuras descomunales? ¿Merecen explicación cada uno de los enigmas planteados?

La redactora decide, luego, llenar su noticia de spoilers y señala que "surgirán otros enigmas, como el Black rock, un barco del siglo XVI que aparece encallado en la isla". Además de que el barco proceda del siglo XIX (algo intrascendente anyway), ¿soy el único que vio por primera vez ese barco en la primera temporada? No sé, no sé... el pasado viernes, otro redactor del mismo diario, señalaba en un reportaje dedicado a la serie en el suplemento de tendencias EP3 (heredero del Tentaciones) que los otros son la iniciativa Dharma. En serio, ¿no sería obligatorio ver una serie antes de hablar de ella? Y, como ya señaló Ángel Sefija: "es cierto que las personas normales siempre localizamos numerosas falsedades cuando leemos una noticia en el periódico sobre un tema que controlamos. (...) ¿Qué mentiras nos estarán contando estos cabrones todos los días sobre ciencia, economía o política?".

Para quitar este mal sabor de boca mediático, les recomiendo leer este grandísimo post del señor Xabibenputa acerca de esta bendita serie.

actualización 25 abril: Tampoco se pierdan los jugosos comentarios de mycroft a esta entrada, ni este imprescindible post que ha colgado hace unas horas en Micronesia relacionado con Lost.

lunes, 21 de abril de 2008

Skyline

"I want to be a part of it."

En el mismo instante que se abren las páginas de Nueva York: La vida en la gran ciudad, uno puede oír el rugido de la urbe: los gritos de algún lunático anunciando el Apocalipsis, el claxon de los coches que aguardan la luz verde, el rap que suena en el radiocassete estéreo de un negro con gorra y pantalones anchos; y puede oler las especias de los hot-dogs de dos dólares noventa y nueve peniques de la esquina, el sudor concentrado en un vagón del metro una tarde calurosa de mayo o sentir los golpes en los hombros de la marabunta que serpentea por las infinitas avenidas de Manhattan. Mientras tanto, Will Eisner (1917 - 2005), el autor, aparece intermitentemente, de espaldas, en los rincones de las páginas, camuflado entre el humo, los coches, los edificios y la gente; casi invisible, como muchos de sus personajes, como si él mismo fuera uno de esos garabatos que se dibujan en los márgenes mientras viene la inspiración.

El brooklingtarra Eisner fue un artista entregado a su ciudad, Nueva York, que dedicó una parte muy importante de su extensa obra a estudiar los hábitos de la urbe en la que creció, sus manías y leyendas, universalmente conocidas a través del cine, la televisión y la música. Su última obra publicada en España recopila cuatro novelas gráficas dedicadas a esa comunidad disfuncional de ocho millones de habitantes: Nueva York: La Gran ciudad (1981), El edificio (1987), Apuntes sobre la gente de ciudad (1989) y Gente invisible (2000). En conjunto, las cuatro novelas hacen las veces de tratado sociológico sobre la vida en la gran ciudad. En palabras del propio autor: "La gran ciudad tal y como la ven sus habitantes es lo que realmente importa. El verdadero carácter de la ciudad se encuentra en las grietas de sus suelos y alrededor de los elementos más pequeños de su arquitectura, donde la vida diaria se arremolina. (...) Ya que crecí en Nueva York, su arquitectura interna y los objetos que pueblan sus calles se ven reflejados en esta obra de modo ineludible. Pero también conozco muchas otras grandes ciudades, y lo que aquí expongo pretende ser aplicable a todas ellas".

¿Vandalos?

¿O artistas?

Como el cine de Chaplin, el comic para Eisner es un "arte eminentemente visual". En Nueva York: La gran ciudad, la obra más antigua de las cuatro recopiladas, los dibujos de Eisner, siempre apunto de salirse de las páginas, tienen suficiente movimiento, naturalidad y expresividad como para llevar por sí solos el ritmo de la acción. Eisner usa las viñetas o se olvida de ellas a su antojo. La historia por contar es la que determina el diseño de cada página.


Los buzones, las bocas de incendio, las farolas, los cubos de basura, los desagües, las paredes, las escaleras de entrada a los edificios, los vagones del metro y los taxis de la Gran Manzana son los protagonistas accidentales de la vida de los habitantes de la gran ciudad. Y junto al mobiliario urbano, los sonidos y los aromas que nos golpean en la cara cuando abrimos las páginas del libro intervienen en los romances, las horas de sueño, las conversaciones, discusiones y momentos de paz de los ciudadanos. Esa sinfonía de voces, ruidos, gritos, colores, sabores y paisajes se apropia de lo cotidiano, lo transforma, lo reinventa. Nueva York: La gran ciudad es la obra más costumbrista de las cuatro y, a la vez, la mejor introducción a lo que queda por venir.

Piensen en su ciudad, o en su pueblo, en esa comunidad que consideran su casa, y piensen en los lugares por los que pasan todos o casi todos los días. Piensen en la gente que siempre espera en los mismos sitios, en los músicos callejeros que siempre iluminan con sonidos la misma esquina, en los lugares que por costumbre se han establecido en punto de encuentro entre usted y los suyos. Piensen en la arquitectura que conocían y que el paso del tiempo, los políticos, los constructores y, en fin, el dinero se encargaron de borrar. Yo recuerdo, por ejemplo, los cines Ideales de Bilbao, que fueron un templo personal del séptimo arte donde reí, lloré, sufrí, dormí, esperé a mis amigos, besé a mi chica y pasé millones de veces borracho de vuelta a casa... y que acabó desapareciendo un día del verano en que dejé la ciudad, para convertir el espacio que ocupaba en otro edificio, destinado a otras funciones y que inevitablemente generará otras historias. Si ustedes pueden pensar en algo así, estarán delante del edificio que protagoniza la segunda novela gráfica eisneriana recopilada en la obra que hoy reseñamos.

El Edificio es una historia de vidas cruzadas, la historia de nuestro verdadero hogar dentro de la gran ciudad, de la dependencia que una pieza de arquitectura de la urbe puede proyectar en los ciudadanos que buscan allí su cobijo para protegerse de la lluvia, esperar a su amor secreto, limpiar las heridas del alma o compartir su pasión por la música con el resto de los desconocidos que pasan por allí diariamente. Eisner cuenta que la vida de los habitantes de la ciudad corre paralela al aspecto físico de esta, que las sensaciones que despertaba un mamotreto de cemento de quince plantas permanecen suspendidas en el aire, aún cuando el edificio ha desaparecido y ha dado paso a la construcción de otro, más alto, funcional y moderno.

Los mismos derroteros argumentales y sentimentales comentados hasta ahora se reproducen en Apuntes sobre la gente de la ciudad y Gente Invisible; aunque cada obra tiene sus matices, su personalidad, su terreno de investigación sociológica. La primera de estas dos continúa interpretando en clave de cómic la vida frenética de Nueva York, la personalidad de sus avenidas flanqueadas por rascacielos, la indiferencia de los ciudadanos ante el sufrimiento de sus semejantes, la extraña convivencia entre la riqueza y la pobreza más extrema. Pero Eisner también realiza disquisiciones pictóricas sobre las percepciones del espacio y del tiempo, alteradas por el ritmo de vida de la urbe; y se fija en las calles airadas que no saben recibir a los viajeros y la incomodidad de las calles vacías; en la soledad, la invisibilidad...

Y precisamente es la invisibilidad el tema que el maestro Eisner elige para la novela gráfica que cierra esta tetralogía. En la ciudad vertical por antonomasia, centro financiero mundial, ubicación de muchos de los grandes organismos internacionales, localización de millones de películas e historias míticas y residencia de algunas de las mayores personalidades políticas, deportivas y artísticas del planeta; conviven, además, miles de olvidados, de hombres y mujeres invisibles. Gente que acabó en la calle por la inercia que imprime la vida en la gran manzana. Los apartados. Gente Invisible narra las historias de tres hombres a los que la vida arrebató el nombre y los apellidos; gente a la que hay que señalar con el dedo cuando se les quiere hacer referencia.

En muchas páginas de cualquiera de las obras recogidas en esta antología neoyorquina, Eisner esboza la relación del hombre con el hombre en el contexto urbano. En numerosas ocasiones, las personas que presencian un atraco devuelven a la víctima una mirada esquiva de indiferencia. "En la ciudad (...), los individuos que componen esa masa informe de humanidad que fluye por ella resultan invisibles unos a otros", comenta el autor en la introducción que dedica a uno de los tres relatos de Gente Invisible. "El mero hecho de existir encerrado en una prisión de tristeza o ir a la deriva en un mar de perdidas irreparables, de desastre emocional, de dolor sin remisión o de soledad, requiere de la protección de la invisibilidad. Es una forma de sobrevivir in vitro."

Eisner comienza hablando, pues, de lo costumbrista y acaba sumiéndose en las entrañas más miserables de la gran ciudad. Y la metrópolis, parece querer decir, es el cenit de la insolidaridad, de la inhumanidad. "Los moradores de la ciudad esquivan esas ruinas humanas que ven en los portales y grietas que les rodean. (...) Esta dinámica reduce a la nada toda esa gente a cuyo lado pasamos en la calle". Sin embargo, su obra, que quiere reflejar la vida en la ciudad, no se olvida de los apartados, de "las ruinas humanas".

La ciudad de Eisner, como decía Atxaga en un video que pasamos por aquí, es de todos y no es de nadie. Su Nueva York está lleno de negros, irlandeses, wasp y judíos; brokers de Wall Street, artistas callejeros, poetas desconsolados y amas de casa. Todos ellos espiados desde algún rincón por el dibujante, que es, a su manera, un ciudadano invisible más. La ciudad de Eisner está compuesta de tantos habitantes y tantos sentimientos que uno, sin haber cruzado nunca el Atlántico, pronto recuerda las referencias vistas a priori sobre la Gran Manzana y se siente como en casa, caminando por las calles plagadas de gente, sintiéndo los golpes del resto de transeúntes en los hombros. Y cuando uno cierra el libro, la ropa huele a fritanga y a calle, y en los oídos retumban los acentos, las bocinas de los coches, el ruido de una taladradora; y cierras los ojos y puedes ver los edificios que tocan el cielo, el metro que se escapa, la chica de los pelos rosas y pendientes en las cejas, el policía que corre detrás del ladrón, la gente haciendo cola en la puerta de los teatros, los olvidados durmiendo entre cartones, los taxis, el humo, un disparo... la gran ciudad.

martes, 15 de abril de 2008

Chema is dead

Y la panadería quedó vacía.

Él fue mi amigo, pero seguramente también fue el tuyo. Amasaba televisión infantil de culto a mediados de los 80 y, con el tiempo, muchos de los que fuimos sus seguidores cuestionamos que el polvo blanco que siempre ensuciaba su mandil fuera harina (de la de hacer pan). El pasado jueves 10 de abril, nos dejó para siempre Juan Ramón Sánchez Guinot, Chema el panadero de Barrio Sésamo para nosotros, que ya nacimos en democracia.

Chema, no sé porqué, quedó grabado a fuego en el subconsciente colectivo de mi generación; a diferencia de Ana o el resto de los personajes de carne y hueso que habitaban aquel mágico barrio. En esta santa casa el personaje será para siempre recordado y todas las leyendas urbanas que le rodeen, bienvenidas. A Juan Ramón, que falleció a causa de problemas derivados del cáncer de pulmón que sufría, le tendremos para siempre en nuestro corazón. Descanse en paz.

Por lo que más quieran no se pierdan este par de joyas-homenaje.



¿Quiénes somos, de dónde venimos...?

“El blues nació de una rica cultura afroamericana del sur en la que casi todos los aspectos de la vida iban acompañados de la música: las dulces nanas, las canciones de trabajo, los gritos el campo, los cantos de los presos encadenados, los cantos religiosos, las canciones de funeral y los evocadores gritos de llamadas no verbales en forma de lamentos y gemidos tan evocadores que siempre han constituido el núcleo de la expresión musical africana.

La música afroamericana no sólo conservó su sonido tradicional sino también su categoría cultural como parte de la vida cotidiana. Los europeos posrenacentistas entendían el arte (que abarcaba la música) como una creación valiosa pero no utilitaria –a pesar de su capacidad intrínseca para proporcionar placer estético-, y por ello era relegado a esferas sociales propias y separadas: museos, salas privadas y salas de concierto. A diferencia de ellos, los africanos no hacían esa distinción. En casi todas las culturas africanas, la expresión creativa en forma de música, escultura y danza era una fuerza por sí misma y se combinaba con la religión la política y las relaciones personales como parte de un tejido cultural muy sólido. La música no era un mero entretenimiento, sino un vínculo entre el hombre y los dioses y una forma de discurso público dentro de una comunidad. Del mismo modo, cantar era una extensión natural del discurso, una manifestación más de la expresión vocal que incluía gritar, tararear y gemir. Para la gente de la diáspora africana la música era una parte importante de la vida diaria y todo el mundo tenía acceso a los placeres y la fuerza que su disfrute confería.”

(Buzzy Jackson, "Disfruta de mí si te atreves", 2005)

jueves, 10 de abril de 2008

Los transformers también desayunan


Precisamente ayer, que hablaba por aquí de Los Simpsons, me hicieron un bonito regalo springfieldiano. Esa tacita (3 cm. de alto) con la imagen de Krusty a la derecha de la foto (sí, ya sé que sale desenfocada, mi móvil no tiene objetivo de distancias cortas) viene desde Brujas, Bélgica; y a partir de hoy, mi transformer tomará su café en ella todas las mañanas.

miércoles, 9 de abril de 2008

Repeat All


"En numerosas ocasiones creo estar en la piel del personaje de Bill Murray en la superior 'Atrapado en el Tiempo'. La rutina diaria televisiva no distingue entre los meses y los años. Un martes, Steve Urkel es pequeño y al día siguiente (¿o fue el año anterior?) ha crecido y oposita a la universidad. Una y otra vez llega Will Smith al domicilio de sus tíos en Bel - Air. No existe el final: las televisiones han descubierto la cinta sin fin, el eterno retorno... Que estas repeticiones (no sólo circunscritas a las telecomedias norteamericanas de sobremesa), lejos de hacer estallar en protesta a los espectadores, escalen posiciones en los ránkings de audiencia, tiene un sentido espiritual, un significado psiquiátrico: los hábitos rutinarios son una cura contra el miedo a lo desconocido, son la seguridad de lo ya visto y la comodidad sin complicaciones del mono encerrado en una jaula, habituados a cuatro puntos referenciales repetitivos. Es también la máquina del tiempo. Kevin Costner decía en 'Un Mundo Perfecto' que el coche respondía a esta ilusión de viaje temporal. La TV -parece que como la política- no conoce de pasado o futuro. Los últimos cinco años (hasta seis si me apuran) han elevado a límites indescriptibles la idea de multidifusión patentada por Canal +. El cine emitido no se ha librado de estos usos: por los canales españoles (excepto, obviamente, el de pago) circula un lote limitado de unas 150 películas, las cuales van apareciendo tozuda y cíclicamente. (...)

Incluso puede que, con el siglo XXI, los conceptos de público y privado desaparezcan; todo ser TV a la carta, un INTERNET (sic.) inmenso en el que los fanáticos de las manifestaciones populistas-autistas irán sobre seguro, sin que les miren mal familias y comentaristas televisivos de la prensa escrita.

En la frontera del carismático 2000, la Mongovisión deberá emplear a fondo el reciclaje. El patrimonio de su (corta) historia de afrentas reivindicables tendrá que reconsiderarse sin vergüenzas, aprovechado a tope. Hoy es un pasatiempo, una dependencia nostálgico-depresiva de cuatro (más, más...) locos. El próximo siglo, la supervivencia de la humanidad dependerá de saber reciclar bien lo único que se salvará del holocausto: la Basura."

(Fausto Fernández, "Telebasura Española", 1998)

Más populares que Cristo.

Hace ya una década de la publicación de este libro, dentro de la indispensable "biblioteca del Dr. Vértigo" de Ediciones Glénat. Sin embargo, estos párrafos finales tienen una vigencia sorprendente en el panorama televisivo actual, por no hablar del tino del autor en alguno de sus vaticinios. La semana pasada, sin llegar más lejos, Antena 3 dio, una vez más, la vuelta a la cinta con el repertorio de Los Simpsons, cuya primer temporada ha sido emitida, con ésta, 12 veces por la emisora privada. Sin embargo, las cifras de audiencia siempre están del lado de la familia Simpson, especialmente en época de vacaciones escolares y fines de semana. Uno de los dos capítulos emitidos en la sobremesa del pasado sábado es el 36º espacio más visto de la televisión española en el mes de abril (según Formulatv.com), con más de dos millones y medio de espectadores, y una cuota de pantalla del 25%.

Antes de que Médico de Familia llenara las series españolas de inaguantables mocosos y ancianos plastas, Los Simpsons ya habían inventado el multitarget, que es algo así como hacer un programa de televisión para todas las edades, como los libros de Tintin: desde los 7 hasta los 77 años. Todavía recuerdo (casi entre lágrimas) el primer capítulo de los Simpsons, "La Babysitter ladrona", que emitió La 2, un domingo de otoño de principios de los 90 a las nueve y media de la noche. Entendidos entonces como "dibujos animados para adultos", los programadores de La 2 trasladaron las aventuras de la familia amarilla a partir del segundo capítulo, a las once de la noche de los miércoles. La falta de sentido común de los programadores del segundo canal del ente público (factor que, casi dos décadas después, no ha cambiado demasiado, tengan Lost como ejemplo) llevó a la familia amarilla por todas las franjas horarias imaginables hasta que Antena 3 se hizo en exclusiva con todo el menú Simpson.

A finales del siglo XX, cuando El Principe de Bel-Air y Cosas de Casa atufaban la sobremesa de Antena 3 con un denso olor a naftalina, algún programador listillo colocó las aventuras de la familia Simpson detrás de las de Sabrina, la bruja adolescente, a las dos y media de la tarde. Los fantásticos resultados cosechados por la multidifusión simpson motivaron que la serie de Matt Groening acabara acaparando, con dos capítulos, la hora previa a los informativos de las tres de la tarde. Y, desde 2000 (si no me falla la memoria), poco ha cambiado en Antena 3 durante esa franja horaria.

Durante muchos años pensé (ingenuo de mí) que tenía sentido repetir ochenta veces el mismo capítulo de Los Simpsons. Al fin y al cabo, estamos hablando de una serie especial. Desde los nueve años en los que vi mi primer capítulo hasta mi "madurez", he podido degustar muchos episodios hasta diez veces. Y cada visionado ha aportado algo nuevo, otro punto de vista que siempre se me había escapado (por no hablar de las risas garantizadas...). Cuando era un niño me fijaba en Bart en vez de en Homer, y había visto muchas menos películas y escuchado muchos menos discos y visto mucha menos televisión. Y Los Simpsons es una serie tan profunda como el Océano Atlántica, tan densa en referencias e ideas que muchos capítulos necesitan de varios visionados para cazar todos los gags ocultos. Antes, en cada visionado podía extirpar una nueva capa y profundizar más en la mitología de una de las mejores sitcoms de todos los tiempos.

Sin embargo, nada tiene que ver la calidad del producto con su repetición. La cinta de los Simpsons da la vuelta, pero cada vez tarda más en darla, y al televidente medio le importa una mierda que el capítulo emitido sea de la tercera temporada o de la decimocuarta. Y yo, que pensaba en el público de Los Simpsons como el más inteligente de la televisión. Los capítulos de las últimas siete u ocho temporadas son tan planos, tan decepcionantes, tan caricaturas de lo que Los Simpsons solían ser, que me han demostrado que la televisión diseñada por programadores difícilmente conseguirá ser, alguna vez, de calidad. Como cuenta Fausto Fernández: "los hábitos rutinarios son una cura contra el miedo a lo desconocido". Y la gente ve los Simpsons por rutina; no porque hoy hayan visto por milésima vez el capítulo que Homer fracasa como mascota del equipo de baseball de ciudad capital y se hayan reído como con la primera vez. No porque piensen que hubo un momento en que Los Simpson eran algo tan fresco, tan novedoso y espontáneo que hablaban de la realidad mejor que cualquier otra serie, comedia o drama, con personajes de carne y hueso, y que precisamente por eso algunos capítulos merezcan un millón de visionados; sino por rutina.

Y Antena 3 emite esta serie de dibujos animados sin parar porque los resultados refrendan, siempre, su apuesta. La falta de programación infantil, el factor multitarget y la sabia elección de emitir los capítulos a las dos de la tarde (hora en que muchas familias españolas terminan de comer o lo empiezan a hacer mirando a la tele) aseguran un buen cacho de audiencia, y que Los Simpsons, en fin, se perpetúen para siempre como opción antenatresina previa al telediario. Y, de paso, que ejerzan como buque insignia del canal y atraigan a su audiencia a la franja de tarde. Seguro que se han dado cuenta que entre el final del segundo capítulo de la serie y los informativos apenas hay un anuncio.

La pregunta es: ¿seguirá repitiendo Antena 3 esta serie hasta que el público prefiera vomitar sangre antes que ver otra broma de Homer? Seguramente sí. ¿Y yo seguiré viendo los Simpson, siempre que tenga la oportunidad y los capítulos repetidos sean de las primeras ocho o nueve temporadas? Pues, seguramente también. Por lo tanto, ¿somos los espectadores gilipollas? En un 99% de las ocasiones diría que sí. Esta noche, por cierto, a las diez de la noche podrán ver por la primera Pretty Woman. Sí, otra vez; pero ya han oído los anuncios de TVE, "nunca te cansas de verla". Y si ese plan no les apetece, recuerden que los muchachos nuis comienzan su segunda temporada en la dos a las 23:25. Algo fresco, nuevo, un territorio prácticamente virgen. ¿Se atreven? ¡Nuííí!

domingo, 6 de abril de 2008

Oro negro

Si hay un vinilo que se repite en estanterias de melómanos fanáticos y coleccionistas accidentales es el histórico Thriller, firmado en solitario por el rey del pop, Michael Jackson. Más que nada porque, como todos saben, el sexto disco en solitario de Michael, que todavía era negro como pueden ver en la portada, fue (ha sido, es) el disco más vendido de todos los tiempos. Y como lo cortés no quita lo valiente, Thriller es una indiscutible delicia musical de primer orden, cuya escucha debiera ser condición sine qua non para cualquiera que se considere aficionado a la música.

Thriller, que vio la luz en otoño de 1982, tuvo todos los ingredientes necesarios para generar un mito cuya leyenda podría incluso llegar a hacer sombra a la calidad de su repertorio musical. Los millones de discos vendidos en cualquier parte del mundo, la maravillosa voz de Michael, que se encontraba en el punto álgido de su carrera (musical y anímicamente), la exquisita producción del enorme Quincy Jones, un video musical de 14 minutos dirigido por John Landis en clave de cine de horror, sus maravillosas coreografías, símbolo de una nueva modernidad musical, y sobre todo Billy Jean, Beat it, Thriller son algunas de las cabezas de este gigante dragón musical. Guasíbilis no sería lo que es sino recordáramos que Michael, además, contó con la colaboración de Paul McCartney en la aburrida This Girl is Mine. Jackson devolvería al año siguiente la colaboración, por partida doble, en el álbum del músico inglés Pipes of Peace. Cuando el norteamericano compró el catalogo de canciones beatle, los dos astros comenzarían una relación de odio mutuo mucho más interesante y duradera.

Proyecciones futuras.

Veinticinco años después de ver la luz, con la reedición especial 25 aniversario en CD ocupando la quinta posición de los discos más vendidos en España según Promusicae, pudiera parecer que cualquier palabra dedicada al disco es prosa desgastada. Pero Thriller sigue siendo, a día de hoy, tan imprescindible y sorprendente como el día de su publicación. Es un disco (el disco) que se ha intentado rehacer seis millones de veces, por otras tantas popstar wannabe (con consecuencias nefastas, generalmente); y no puedo pensar en un álbum que haya reinventado el negocio musical de la forma que lo hizo éste. Sobra decir que los publicistas de Epic hicieron un trabajo de promoción muy inteligente. Sin embargo, más allá de ardides publicitarios, Jackson y Jones definieron una nueva forma de hacer música comercial: ochentera, deliciosa y nutritiva; más universal que racial.

Sin embargo, Thriller hizo mucho por el gremio de músicos afroamericanos de principios de los 80. En una época en la que ser negro en EE UU todavía era un inconveniente para figurar en los medios de comunicaciones, Michael se convirtió en la estrella que todo el mundo quería tener en su show de televisión o en la convención nacional de su partido político... Sus videos, especialmente Billie Jean, propiciaron la emisión de clips de artistas afroamericanos en la MTV, y el suyo fue uno de los primeros rostros negros en la portada de la Rolling Stone. Sin embargo, Jacko no aprendió de las lecciones positivas de Thriller. Muy al contrario, éste fue el primero de los muchos billetes de lotería envenenados que le iban a tocar.

Dos décadas y media después, el monstruo del videoclip de Thriller es sólo una broma de dibujos animados comparado con el lechoso trozo de carne real en el que Jackson se ha convertido; y la leyenda de su disco más vendido, sólo una anécdota feliz en una penosa biografía, peligrosamente incompleta. Mientras el legado musical de Thriller se revaloriza (me cuesta encontrar una canción pop más bailable que Billie Jean), la figura de su autor ha perdido aquel toque de magia que le hacía ser el único, el número uno. Como en aquel fantástico capítulo de los Simpsons, Michael Jackson puede ser un tio sorbiendo un batido de plátano de quince dólares, por una pagita de plata en el garito más exclusivo de Beverly Hills, o el gordo blanco recién salido del manicomio que está sentado en tu cama. Los dos son imitadores descoloridos de un músico fantástico, enfermos mentales a cuenta del exceso de éxito. Michael Jackson jamás volverá a ser el que fue en Thriller, jamás volverá a grabar un álbum que llegue a las suelas de aquel, pero podrá reeditarlo las veces que quiera para pagarse las clínicas psiquiátricas más caras del planeta. Y esa es la única diferencia.

Animalico.

martes, 1 de abril de 2008

El día de los Pollos por Demian

Está por todas partes.


Los otoños se suceden uno tras otro y me siguen pareciendo la mejor época del año. Soy una persona melancólica y cuando se ha nacido en un clima desértico, ver llover resulta algo místico, un hecho digno de ser contemplado con deleite. Atrás quedaban: la época de perseguir gatos con la balinera, las infinitas partidas a los video-juegos y pedir el balón de fútbol, desviado hacia el balcón de una vieja con muy malas pulgas.

La distancia a la que veía a la tele solía ser inferior a metro y medio, la consumíamos con fluidez. Se terminaban los pasteles gratis, los hermanos Jofresa cerraban un ciclo en el Juventud de Badalona y se hacía cada vez más acuciante una cierta inquietud por las chicas.

Clásico tabaco de rockeros. Tú también has fumado Celtas, joder.

Transcurrió un caluroso verano en uno de esos pueblos a un lugar turístico pegado. La playa traía siempre las crónicas de sociedad de nuestra generación. Y con los trece años bien cumplidos llegó el otoño de 1994. Era pronto para conocer que la costa mediterránea alicantina llegaba a sus últimos estertores de vida. Nuestro amado pueblo seguía inmerso en sus huertas, ajeno a todo aquello que no le interesaba. Con sus dos cosechas de patatas y las taullas de naranjos, melones y coliflores. Inmerso en el humo de los Celtas Extra. Algunos de nuestro cole ya optaban por abandonar la vida académica e ingresar en las fábricas de textiles o en la incipiente industria del ladrillo. Pero la mayoría continuábamos.

Apenas conozco un par de personas de mi edad que, como yo, decidieran en aquel momento por propio convencimiento ingresar en el denostado sistema L.O.G.S.E. Allí resultaba que sólo debían ir los malos estudiantes, para que el sitema de B.U.P siguiera siendo sólo para los que pensaban ir a la universidad. La segregación daba sus frutos. Pero antes, antes de comprobar cuan lejos del ideal que había visto en las películas americanas estábamos había que pasar por el Día de los Pollos. Así es como se denominaba a la jornada de caza de los novatos que se celebraba en los institutos de mi pueblo. Ubicado en medio de bancales de hortalizas y cítricos se encontraba centro de estudios. Las leyendas sobre aquel día traspasaban todos los límites. Las versiones llegaban de todas partes. Se escuchaba que algunos “pollos” acababan en contenedores ardiendo cuesta abajo. O que uno podía acabar corriendo desnudo o en paños menores por aquellas tierras arcillosas.

Cuando el día de los Pollos se convierte en el día de la Marmota.

El catalogo de putadas disponibles era dolorosamente variado. La imaginación se disparaba y a más de uno se nos pasaba por la cabeza fingir una enfermedad, pero se decía que si uno no iba aquel día su nombre quedaba grabado con su sangre en una satánica lista que te amargaría la vida. Por lo visto, el sistema de miedo y dolor que imperaba entre mis semejantes no desaparecía al abandonar el colegio. Fue una triste decepción. No llegaba la libertad de pensamiento, continuaban las pesadillas. Recuerdo que me despedí de mis amigos más cercanos deseándoles suerte el día antes del Día de los Pollos. Hubo quien atemorizado iba a ser llevado en coche, algo que también se antojaba puntuable para entrar directamente en la lista de los siempre marginados. Ese pozo de amargura que se crea en todos los lugares donde hay gente obligada a estar. Sin embargo opté por llegar un poco más tarde, y caminar en solitario por la vía principal.

Así lo decidimos entre los colegas, así vimos más posibilidades para todos. Separados, si capturaban a alguien, sufriría a favor de los demás. Pude ver gente que caminaba asustada entre los árboles, donde sucumbían a terribles emboscadas de huevos podridos. Los coches con alumnos escoltados por sus padres pasaban a mi lado por la carretera. La poca leche que había conseguido ingerir se revolvía con los nervios, pero conseguí llegar indemne a la puerta del instituto. Algunos también llegaban con rastros de harina o pintura, pero nada demasiado serio. Nada quedaba ya de mito en lo que se preveía iban a ser otros cuatro años de cárcel intelectual.