En homenaje a Días de Cromos
Yo no nací con la rabia dentro de mi, o tal vez sí. Me educaron en un colegio con nombre de fascista. Rezábamos al iniciar la clase, ya que lo más granado de los maestros adeptos al régimen conservaban sus plazas en tan ilustre institución. No recuerdo si llegó a ser cierto que alguien llegó a robar un cuadro de Juan Carlos y a substituirlo por un sello de peseta. Todo podía ser cierto en aquel lugar. No llegué a ver la esperpéntica imagen de los militares más nostálgicos tomando el Congreso de los Diputados, aguardaba meditativo en el vientre de mi madre a tan solo una semana de aparecer en un mundo un tanto más complicado de lo que pudiera parecer.
Recuerdo perfectamente el primer recreo de 3º de E.G.B. Era el momento en el que comienzas a compartir patio con el resto de cursos, era duro. Tarde mucho en pisar el asfalto lleno de chicles pegados. Algunos nos refugiábamos en un soportal y creamos allí una especie de civilización más pacífica. Pero pronto surgió la necesidad de aventurarse en la jungla. Desde el exterior podían llegar cosas estupendas como: palos de regaliz, todo tipo de golosinas, si había mucha suerte hasta un donut, pero sobre todo cromos. “Las cartas” como se dice en mi pueblo, eran la moneda de cambio, un símbolo de estatus, era en definitiva, el dinero que se manejaba en aquella institución. Las había repetidas, difíciles de conseguir y algunas sobre las que tan sólo se rumoreaba que alguien de otro colegio podría llegar a tener. Siempre se veían timbas interesantes.
Tras ser arrollado un par de veces aprendí a caminar por aquellos ríos de gente. Más de un baby boom saturaba aquel recinto. Se disputaban varios partidos de fútbol simultáneos con bolas hechas con muchas bolsas de plástico enrolladas, aquello si que era artesanía. Las llegué a ver muy maqueadas. Mi generación fue la última que conoció muchas cosas. Nosotros vimos al Milán de Van Basten. Conocimos el estertor de los ochenta. Se nos quedó grabada en la retina para siempre la imagen de la ensangrentada cara de Luis Enrique en el Mundial de EE.UU, con su nariz hecha un cromo. ¿Quién nos iba a decir que Nayim iba a meter aquel gol? Confieso por primera vez en mi vida que yo no vi aquel gol en directo, estaba en la cocina y daba aquello por perdido. Mi padre gritó gol y corrí para verlo, pero ya sólo pude asistir a la repetición. ¿Quién iba a ser tan estúpido como para admitirlo en el colegio?
Pasé mi niñez pegado al transitor los domingos, con la quiniela delante de aquella vieja pantalla del 486, y jugando al PC Fútbol. Era mi refugio, mi pasión, y mi entretenimiento. Y sabía de fútbol. Pasaban cosas míticas en aquel fútbol. Cantoná era uno de mis preferidos. El tío repartía hostias como panes, y no discriminaba entre adversarios o compañeros de equipo, entre árbitros o espectadores. Todos ellos llevaban papeletas en la rifa que Eric llevaba a cabo por los verdes campos; por allá por donde el pasara…Que se lo pregunten a mítico portero del Manchester, Smaichel.
Aunque las cartas de fútbol tuvieron rivales muy poderosos como las de Bola de Dragón o los Caballeros del Zodiaco, dibujos que ha sido duro después volver a ver en castellano. Vimos nacer la Super Nintendo, invertimos hasta el último duro en las salas recreativas. Sufrimos más que nadie la llegada de las marcas y su estratificación social. Y por supuesto descubrimos que la vida no es justa.
1 comentario:
He querido dejar el texto como vino a mi email, sin interferencias discursivas por mi parte. Así que antes de que sea más tarde quiero dar un millón de gracias a Demian por su colaboración. Como en tu mail sugerías que este es e capítulo uno, espero que, si te animas, vuelvas a colaborar cuando quieras con este blog.
Sobre lo escrito, bueno, ya sabes Demian que nos hemos contado estas cosas, borrachos, como un millón de veces; pero todavía me emocionan, porque leo tus palabras y puedo palpar los pliegues de mi infancia.
Por cierto, yo tampoco vi en directo el gol de Nayim, pero tampoco fui tan estúpido como admitirlo al siguiente día en clase. Y la vida verdaderamente parecía más fácil en el sillón de casa, con un bocata de chocolate y Goku puesto en la tele.
Un abrazo Demian Jauna, ya sabe que guasíbilis es su casa. Vuelva cuando quiera!
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