El espectáculo que empieza con Whitechapel no tiene que ver con sus edificios de ladrillo semiderruidos y llenos de grafitis, ni con las mezquitas y sus medias lunas, ni con sus galerías de arte underground, ni con su mercado, ni con los envoltorios de comida basura amontonados en las esquinas; sino con la gente que la transita, que compra en sus tiendas y espera en las paradas de autobuses: urbanitas profesionales con auriculares que cubren toda la oreja, mujeres vestidas de negro que no enseñan ni la piel de sus manos, yonquis bebiendo cerveza en el asfalto, negros con un peine clavado en el pelo y viejos que visten como el último día que salieron de Bangladesh. El verdadero espectáculo que comienza con el East End londinense, donde muere la City y sus impresionantes edificios de cristales llenos de aburridos oficinistas con corbata, tiene que ver con su flujo de humanidad y las historias que flotan en el aire. Allí la ciudad se convierte en urbe; gris, mastodóntica y desalmada. Imperfecta y fea.
El último bastión de la ciudad que venden las agencias de viajes es la estación de Liverpool Street, donde cada tarde los londinenses levantan la cabeza para ver qué tren les llevará a casa. A unos pasos de la estación, se encuentra la inquietante iglesia de Spitalfield y, un poco más allá, Brick Lane, sus restaurantes de curry, sus garitos alternativos y su mercado de los domingos. El turista avezado pronto sabrá leer en las paredes algún mensaje de ese artista invisible llamado Bansky. Y sabrá que detrás de esa fachada amable de barrio multicultural, de mayoría bangladeshí, late el corazón de lo más profundo de esta ciudad inabarcable. En uno de sus extremos, Brick Lane se topa con Whitechapel High Street (apunto de convertirse en Whitechapel Road), una de esas avenidas interminables que van mutando el nombre en su infinita travesía por el este de la urbe.
Hay ciudades que no acaban con el último monumento que aparece en las postales. Hay sensaciones que sólo se pueden describir con la mezcla de acentos, de colores de piel, formas de entender el mundo, historias personales y vapores de carne quemada y patatas fritas que salen de sus restaurantes; el olor de la humanidad. Y nada de esto es comparable con hacerse una foto bajo el Big Ben o ver el cambio de la guardia en el Palacio de Buckinham. Creo que era Cortázar el que decía que para conocer una ciudad hay que perderse en sus calles. Y sentarte en una esquina a observar a sus verdaderos habitantes, añadiría yo.
Bienvenidos a Whitechapel. Bienvenidos al East End.
Whitechapel, como la mayoría de barrios de su estilo de otras grandes ciudades occidentales, cimentó su fama, su personalidad, a mediados del siglo XIX. Aunque ya desde el siglo XVI había sido un barrio marginal de Londres, por su ubicación, más allá de las murallas. La revolución industrial reinventó el trabajo, el capitalismo, los sistemas políticos, los ideales, las migraciones, la urbanización... En 1867, el filósofo alemán Karl Marx publicaba El Capital, que había meditado y escrito en la biblioteca del British Museum. Londres era la capital del planeta. Y, por eso, llegaban de todas las revoluciones europeas fallidas de 1848, intelectuales como Marx, que se instalaban en el Soho y en barrios del centro de la ciudad. A Whitechapel llegaban los inmigrantes para los que realmente se inventó la palabra: irlandeses que huían del hambre y judíos que escapaban de los Progroms rusos.
La capital del Imperio Británico era la urbe más grande, más poblada, mejor comunicada y más rica del planeta. Pero también la más miserable. Y en plena época victoriana, el East End londinense era el barrio de los inmigrantes, el barrio de los pobres, el barrio de las putas y, a partir de 1888, de una vez y para siempre: el barrio de los asesinatos de Whitechapel, el barrio de Jack el destripador.
Hay muchos aspectos que envolvieron de misticismo aquellos días de 1888 en Whitechapel, teñidos de rojo por los asesinatos de un puñado de prostitutas a manos (y cuchillos) de un sádico cabrón. El primero, la ubicación temporal de los asesinatos, la época victoriana. Segundo, todo lo que el asesino (con la ayuda de la prensa) evidenció de aquella sociedad sucia y despiadada. Tercero, la saña con la que los asesinatos fueron llevados a cabo. Y cuarto, que el nombre del asesino nunca se haya sabido a ciencia cierta, factor que ha obsesionado, desde entonces, a escritores, detectives, policías, periodistas, sacacuartos, charlatanes... todos ellos, a su vez, generadores de otras tantas teorías conspirativas.
En el oscuro otoño de 1888, un asesino o asesinos acabaron cruelmente con la vida de cinco prostitutas, en lugares públicos de los alrededores de Whitechapel y Spitalfields. Las víctimas se relacionaron con el mismo asesino, por la brutalidad con que fueron cometidos los crímenes: mutilaciones, extracciones de órganos...
Aunque hubo más asesinatos como aquellos en la Whitechapel de la época, al final, cinco mujeres han acabado siendo las víctimas oficiales de Jack el destripador: Mary Ann Nichols (asesinada el 31 de agosto de 1888), Annie Chapman (8 de septiembre), Elisabeth Stride (30 de septiembre), Catherine Eddowes (30 de septiembre) y Mary Jane Kelly (9 de noviembre de 1888). La última de las víctimas era la más joven de las cinco, sólo tenía 25 años.
Aquella oleada de asesinatos, que se detuvo justo antes del comienzo del invierno, cruzó fugazmente los destinos de “personajes tan dispares” como Buffalo Bill Cody, John Merrick (el hombre elefante), Oscar Wilde, Aleister Crowley y el director del Comité de Vigilancia de Whitechapel, George Lusk, al que le fue dirigida la única carta que ha sido atribuida (con un 100% de fidelidad) al asesino. Aquella, firmada por un tal Jack, iba acompañada de medio riñón humano y comenzaba con el ya mítico “From Hell”...
3 comentarios:
Tengo que decir que este párrafo me ha parecido sublime y coincido al 100%:
"Hay ciudades que no acaban con el último monumento que aparece en las postales. Hay sensaciones que sólo se pueden describir con la mezcla de acentos, de colores de piel, formas de entender el mundo, historias personales y vapores de carne quemada y patatas fritas que salen de sus restaurantes; el olor de la humanidad."
He ido a Londres varias veces, pero siempre en periodos de tiempo dolorosamente cortos: en mi próxima visita no faltará un paseo por Whitechapel.
Toda la zona más allá de Liverpool Street: Old Street, Spitafields, Brick Lane, Whitechapel... es una parte guapísima de la ciudad.
Pero es normal que, en un par de días, no te de tiempo a ver más que el centro y eso. ¡Es tan grande la jodía londres!
Gracias por su comentario perro lunar!
Para los que entienden mi guasifrikiplanet (quizás sólo 1...) sólo puedo decir GUASÍBILIS!!!!!!! Recomendado a todo el ancho mundo!!!!! Tai!
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